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Usar el teatro para educar e incluir. Primera de cuatro partes

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Michael Licwinko

Hace casi 30 años, al comienzo de mi carrera teatral, me vino a la cabeza la idea de una obra sobre un hombre de 40 años que se dio cuenta de que había pasado toda su vida decepcionando, una y otra vez, a su padre, al que adoraba. Esta adoración exacerbaba su sentimiento de fracaso. Sin tener el coraje de decírselo, el hijo escribiría un poema para expresar lo difícil que había sido estar a la altura de las expectativas del hombre que lo había criado tan bien.

El hijo leería el poema en la fiesta de cumpleaños número 65 de su padre. No resultó ser una tarea fácil. Después de más reescrituras de las que el hijo podía contar, se dio por vencido. Nunca podía escribir más que unas pocas líneas antes de chocar contra una pared. (Probablemente ya se hayan percatado de que el hijo era yo).

El tiempo pasó, pero nunca se olvidó del poema. Faltando un año para el cumpleaños número 75 de su padre, el hijo se decidió a terminarlo. Sin embargo, a un día de finalizar el plazo, el poema seguía inconcluso. Esta fue la semilla de “Zapatos”, la obra que estrenaré el próximo jueves.

Me han pedido que escriba una historia de tres mil palabras sobre “Zapatos”. No es posible. Incluso si pudiera encontrar milagrosamente tantas palabras, después de leer el artículo no habría ninguna razón para que nadie asistiera a la obra, porque toda la información estaría expuesta y los talentosos actores, que han pasado tanto tiempo desarrollando sus papeles, estarían actuando ante una sala vacía.

En cambio, he decidido escribir sobre cómo trato de usar el teatro para educar y unir a las personas, mezclado con un poco de historia de mi viaje poco ortodoxo para convertirme en dramaturgo. Si te quedas hasta el final del relato, verás que “Zapatos” es una continuación natural de donde he estado, de donde estoy y del comienzo de la siguiente y última etapa de mi vida como artista teatral.

Para dar un poco de perspectiva, creo que es importante que la gente sepa que tengo casi 68 años. Durante mi último grado en la escuela secundaria (1973), mi clase de inglés recibió a una estudiante de docencia que nos asignó un ejercicio: escribir un cuento corto. Unos días después de entregar nuestras historias, la joven maestra me pidió que me quedara unos minutos después de clase. Fantaseaba con que me pediría que tuviera una cita con ella, pero no, solo me preguntó si podía enviar mi pieza a un concurso de cuentos. “Sí, seguro”, contesté. Mi historia no ganó ningún premio, pero me enganché a la escritura.

Siempre había sido un gran fanático de los deportes y pensé que una carrera como periodista deportivo sería el trabajo de mis sueños. Imaginé viajar por el país cubriendo un equipo de beisbol de las grandes ligas (Los Cachorros de Chicago). Entonces, un día cubriría los Juegos Olímpicos en un país extranjero. Tenía mi futuro trazado en 20 minutos, mismo que mi padre tardó 20 segundos en destruir recordándome que él estaba pagando por mi educación. ¿Qué pasó con dejarme ser un pensador independiente y “recorrer mi propio camino”? Esto era parte del manual de crianza de mis padres, pero no aplicaba cuando entraba en juego el dinero. Así que me especialicé en Administración de Empresas.

Continuará el próximo miércoles.

Pide informes a los teléfonos 951 244 7006/951 285 3921 y ¡Hazte escuchar por un psicoanalista del INEIP A.C.!

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