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Una herida "incurable": muere el poeta mexicano David Huerta

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Agencia Reforma

CIUDAD DE MÉXICO.- En las casi 400 páginas de versos catárticos de "Incurable" (1987), David Huerta erigió uno de los grandes momentos de la lírica en lengua española del siglo 20.

"Es el invierno obstinado y obsesionante este lugar donde, / tembloroso y con los dedos manchados de tabaco, hago / cuentas / para sacar algunas conclusiones sobre mí", edificó con palabras el poeta y ensayista, hijo de otro grande: Efraín Huerta.

"Estoy en un invierno / que dobla, en el follaje del yo, un matinal espectro; / que dobla una metamorfosis árida; que dobla en fin la / aprisionada tela de la persona civil / y la deja, como un atado de ropa limpia, para la ingente y fértil / 'próxima vez' del ciudadano que soy".

Ahora es otoño, y cualquier "próxima vez" con David Huerta ya sólo será posible desde las letras que legó, en una veintena de libros de poesía y numerosos ensayos, pues este lunes por la mañana falleció en su casa en la Colonia Nápoles a causa de una insuficiencia renal, a unos días de su cumpleaños 73.

Una muerte dolorosa como repentina que produjo conmoción total en una comunidad literaria avecindada por amigos y discípulos suyos, que en realidad lo sentían tan cercano como un familiar. 

"Nos quedamos totalmente de piedra", resume en entrevista el poeta Hernán Bravo Varela, que hace sólo tres días había cruzado una llamada con él, con quien recientemente estuvo en la Feria Internacional del Libro de Los Ángeles (LéaLA).

Aunque la salud del también autor de "Versión" -que le granjeó el Premio Xavier Villaurrutia 2005- había decaído desde su regreso de dicho encuentro a fines de agosto, aseguró por teléfono a Bravo Varela sentirse un poco mejor.

"Estaba completo, entero, en unas condiciones intelectuales y vitales que (su partida) sí es como un hachazo incomprensible. Hasta las últimas conversaciones era hacer planes y proyectos con el David de siempre: lúcido, entusiasmado, cariñoso", dice, a su vez, el poeta Eduardo Vázquez Martín.

"Pierdo un amigo y algo parecido a un hermano mayor", añade el ex Secretario de Cultura local. "Fue un gran, gran maestro. A quienes somos más o menos de mi generación, su poesía fue fundamental para entender la poesía moderna de México, para entender cómo se podía recrear, reconstruir el lenguaje poético desde una enorme libertad y un enorme compromiso".

Su partida significa una tristeza mayúscula para la poeta Malva Flores, quien refiere haber quedado en la orfandad: "Su sorpresiva muerte nos ha dejado a todos mudos, con una enorme sensación de orfandad, de pérdida de un mundo de belleza irrepetible".

Su poesía acompañó a varias generaciones

"La suya es una poesía que acompañó a varias generaciones y lo seguirá haciendo porque incluso en medio de la mezquindad del mundo, su palabra generosa nos reconcilia no sólo con la poesía, sino con la vida", subraya.

Para la poeta Elsa Cross, en cambio, el tamaño de la pérdida equivale a haberse quedado sin "un hermano menor". Se conocieron en los 60 en casa de Efraín Huerta, cuando David, futuro Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura, era un adolescente que tocaba en una banda de rock y ella estaba casada entonces con Alejandro Aura, muy amigo del "Gran Cocodrilo".

Huerta y Cross volvieron a encontrarse una década después, "ya no como el hijo de Efraín sino como David", cuando era secretario de redacción de La Gaceta del FCE, y en la conversación que sostuvieron, brotaron de inmediato las afinidades como la lectura de autores franceses en boga entonces, como Jacques Derrida.

Cross se disponía a viajar desde Cuernavaca a la Ciudad de México para asistir al funeral de un escritor que produjo una obra "impresionante, de gran riqueza musical y en imágenes", al que se adeuda un estudio "serio y a profundidad" de "Incurable", su cumbre poética; un libro de "gran densidad temática" y de no fácil lectura.

"Incurable es, quizá, la aventura poética más arriesgada de nuestra poesía en la segunda mitad del siglo 20", define Vázquez Martín. "Huerta nunca fue un poeta de lugares comunes, incluso de facilidad de comprensión. Siempre exigió de sus lectores una complicidad que tuviera que ver con la disposición a entrar de fondo en su lenguaje".

Disposición que, en general, le parecía cada vez más escasa, tal cual dijo en entrevista a este diario el año pasado, con motivo de la publicación de su libro de ensayos Las hojas: "A la gente no le interesa hacer un esfuerzo de orden intelectual; se ha vuelto muy poltrona, según puedo ver".

Siempre activo y productivo, hasta el final

En activo y productivo hasta sus últimos días, Huerta, Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2019, publicó hace medio siglo con la UNAM su primer libro de poemas, "El jardín de la luz", elogiado por José Lezama Lima, y apenas hace unos meses entregó a los lectores "El viento en el andén".

Un peculiar libro este último, estima Bravo Varela, al reunir autobiografía con relato, crónica y ensayo. Con el sello de un autor cuyo centro era, en realidad, un "círculo diamantino impecable", la reunión de varios centros de trabajo e intereses.

"Yo creo que su centro era ese: el eterno desplazamiento, una migración nacida de la lucidez de la inteligencia y de una inspiración inagotable, porque estoy seguro que hasta el último día escribió", opina Bravo Varela.

"Era un poeta extraordinario, fundamental. Imposible no leerlo. Hoy me entero de que David se murió, y pues no lo puedo creer todavía", diría al teléfono la poeta Tedi López Mills, cuyo compañero de vida, el escritor Álvaro Uribe, también falleció este año, y en cuyos homenajes póstumos coincidió con Huerta, a quien conoció siendo ella muy joven.

Ajeno, como se ha dicho, a los lugares comunes, resulta imposible para sus amigos, colegas y discípulos evitar caer en uno que difícilmente alguien podría rebatir: homenajearlo leyendo su obra.

 

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