Pasar al contenido principal
x

Mi vivencia covidiana

fila-gente
Foto(s): Cortesía
Redacción

Lecturas para la vida. Primera de cinco partes. 
Rosa María Vázquez Cazares. Atlacomulco Estado de México
 

Desde Semana Santa del 2020, estuvimos en contingencia, resguardados en casa y con todas las medidas recomendadas.

       Soy pediatra, trabajo en un consultorio particular, en él atiendo con careta, cubrebocas, bata especial, guantes, además de una mampara entre el paciente y yo, con  un tiempo de revisión no mayor a 15 minutos. Todas las medidas de sanitización, antes y después de explorar a cada paciente.

        En esos días evité salir a la calle, pero tuve que ir  al banco dos veces, con un mes de diferencia entre cada una,  ya que debía hacer un pago directo en ventanilla y el banco solo abría los lunes y martes debido a la pandemia.

        La primera vez, en junio, hice fila, parada en la calle durante dos horas.  Una innumerable cantidad de personas se encontraban formadas, pues hay dos bancos uno muy cerca del otro, ambos con largas filas: más o menos de dos calles cada uno, pero en sentidos opuestos; dada la situación tuvieron que cerrar el paso a vehículos, no así el de bicicletas.

       Ya en la fila, me sentía como garza, apoyada sobre una pierna y luego sobre la otra, hacía ejercicios de puntas y talones, era mucho tiempo de espera bajo el intenso rayo del sol. Llevaba cubrebocas, googles, sombrero, y guantes. Los que estábamos en la fila, todos recargados en la pared, tratábamos de guardar distancia no más de un metro. Hablábamos lo mínimo; el saludo y de vez en cuando un “ya se puede recorrer" cada vez que la fila avanzaba.

       Durante esa espera, observé a vendedores, de todo tipo, una joven ama de casa que jalaba a una niña de aproximadamente tres años; vestida con ropas un tanto descuidadas y no muy limpias, ambas con cubrebocas percudidos, ofrecían a venta bolsas de plástico con ciruelos frescos.

Nadie le compraba, y eso que pasó tres o cuatro veces por la misma calle, noté su cara de tristeza y desesperación.

- ¡Ciruelos, ciruelos, compren los ciruelos recién cortados! Gritaba con insistencia.

Pasó varias ocasiones el carrito de Bon Ice, y tampoco nadie compraba, a pesar del calor intenso.

  • ¡Bon iiiiiiice! ¡Bon iceeeee! Gritaba agitando sus clásicas campanitas.

Continuará el próximo lunes.

[email protected]

Noticias ¡Cerca de ti!

Conoce los servicios publicitarios que impulsarán tu marca a otro nivel.