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Lecturas para la vida: Mónica Lavín y la costumbre al abandono

Mónica Lavín con libro entre sus manos
Foto(s): Cortesía
Alejandra López Martínez

Antía Alfonso

No es un secreto que el abandono doméstico modifica las relaciones familiares desde lo más hondo. Si éste es súbito y sin una despedida de por medio, el impacto es aún mayor. No solo duele, también cambia abruptamente ese microuniverso llamado hogar, lo estruja y lo deja torcido, lleno de palabras que nadie dice e historias que quieren olvidarse. Es a partir de este sentimiento de orfandad adquirida que el protagonista de "Uno no sabe" habla, siempre refiriéndose a sí mismo como “uno”, sin poder hablar en primera persona, despersonalizado. De los restos del naufragio surge una revelación que lo atormentará muchos años: su madre se ha vuelto humo, todos sus rasgos se borraron por no decir adiós.

Después de que su madre se va de casa, el personaje sin nombre narra las secuelas de la huida. Fotos quitadas de los estantes, un padre triste e inútil, una hermana mayor que se convierte en sustituta y realiza las labores de cuidado de la familia entera, condenándose a sí misma a la amargura temprana. De esta forma, la morada se convierte en un escenario de máscaras donde se presenta siempre la misma rutina de silencios que esconden un rencor profundo, un casi odio. Así, el hombre va creciendo y eventualmente descubre su sexualidad, misma que se ve permeada siempre por la figura de la madre ausente y la búsqueda del refugio y el amor que le fue negado en la infancia.

El personaje herido busca a su madre en los cafés de Nueva York sin saber bien a bien para qué. Eventualmente la encuentra y desata una serie de acontecimientos mórbidos, un incesto casi justificado. Mónica Lavín (1955) explora en este cuento la relación entre el abandono y el olvido, el inevitable retorno al origen, la imposibilidad de escapar completamente del pasado. A medida que el relato avanza, el lector se queda más y más atónito, sumergido en sus propios tabúes y abandonos, convenciéndose poco a poco de que, efectivamente, es mejor irse sin besos de despedida, es mejor partir sin decir adiós.

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