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Lecturas para la vida: En el laberinto

Hada
Foto(s): Cortesía
Alejandra López Martínez

Mónica Ortiz Sampablo // Cuarta de cinco partes

Serían las ocho de la mañana o quizá un poco antes, cuando pasó mi abuelo Giuseppe, quien “sutilmente” tocaba la campanita que hacía las veces de despertador comunitario. Mamá y yo abrimos los ojos en complicidad, luego de una noche de confidencias, más de su parte que de la mía.

Se conocieron en España, él llegó desde Chile para cursar el mismo doctorado que mamá. Después de meses de estudiar juntos, ella accedió a salir a dar paseos matutinos con él; aunque al principio se negaba a establecer una relación amorosa después de papá, Prometeo (que en realidad se llamaba Luciano) le robó el corazón. Me di cuenta de que  mi madre estaba enamorada, porque reía igual que Clara cuando habla de su novio, y se le dibujan hoyuelos en las mejillas, y se sonroja un poco. Comprendí a mi madre y disfruté de sus relatos.

Al mediodía, fuimos convidados a tomar un refrigerio en el jardín; el abuelo solicitó a los músicos que tocaran las mañanitas, todos me regalaron abrazos y apretujones llenos de cariño. Después fuimos a arreglarnos para el desfile, con el que daríamos inicio a la fiesta.

La tarde comenzaba a caer, la luz natural hizo lo propio, los rayos del sol vespertino se colaban por entre los arbustos con los que el laberinto fue edificado y pude ver como si alguien estuviera dentro; mi atención se desvió de eso, pues mi madre tocó mi hombro y me colocó el tocado de Medusa, mi piel emanaba los tonos plateados del maquillaje, estaba fascinada, pues jamás pensé que en mi cumpleaños tendría la oportunidad de conocer y convivir con los diferentes personajes mitológicos, a los que mis abuelos me habían acercado con sus relatos.

La música comenzó, uno a uno fueron apareciendo: un par de faunos, una diosa que sostenía una manzana, otra más con un arco, una tercera portaba un escudo, mi abuelo Giuseppe decidió ataviarse como Pandora, pues decía que los dioses pueden ser hombres o mujeres indistintamente y que el arte de caracterizar no tiene límites, así que sostenía una misteriosa caja. Manuela decidió caracterizarse como Penélope, mientras que mis abuelos Porfirio y Emiliana eligieron a Teseo y a Ariadna, respectivamente. Emiliana se colocó a la entrada del laberinto y con toda ceremonia entregó a cada quien un hilo antes de internarse en el juego.

Continuará el siguiente miércoles.

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