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LECTURAS PARA LA VIDA: En el laberinto (Quinta de cinco partes)

Laberinto
Foto(s): Cortesía
Luis Ángel Márquez

Mónica Ortiz Sampablo

 

El hilo serviría para que en caso de extraviarnos dentro del laberinto tuviéramos la oportunidad de salir, tal y como lo hizo Ariadna con Teseo antes de que este entrara al laberinto de Creta para acabar con el Minotauro.

En nuestro laberinto no había incertidumbre, ni persecuciones, el ambiente era festivo, los músicos se encargaron de imprimir un ambiente antiguo, las mesas con comida deliciosa, pastelillos, y garrafas con el elixir de Porfirio: una bebida que mi abuelo preparaba con su receta secreta, estaban a la merced de nuestros antojos. El espectáculo de los personajes fue inolvidable, incluso alguien tuvo el ingenio de ataviar a su perro con una armazón con dos cabezas más emulando a cerbero, ¡reí tanto cuando el perro apareció en el laberinto! Al continuar avanzando vi a tres mujeres, eran Atenea, Afrodita y Hera quienes mordían la
misma manzana y olvidaban las viejas peleas.

Todo era tan divertido. Mi madre estaba con sus amigos, Sirena cantaba con finas notas y de repente desentonaba a propósito para llamar la atención, Jasón le hacía compañía y acariciaba su larga cabellera. Cuando si la vuelta para ingresar en otro pasillo, me pareció haberme internado en otra dimensión, frente a mí estaba el gigante, el mismo que cuando era más pequeña amarraba las agujetas de mis tenis, aquel que ataba los listones de mis coletas cuando mamá se iba a trabajar, estaba de espalda, volteó al sentir mi presencia, me acerqué y tomé su mano, la llevé a mi rostro. Sus ojos almendra usaron el lenguaje que habíamos inventado y que solo nosotros conocíamos. Él había ido a despedirse.

Todos pensaron que algo de la comida me había caído mal al estómago… mi abuela Emiliana culpó a Porfirio de haberle agregado un ingrediente de más al famoso elixir, Giuseppe dijo que la humedad del pasto me había intoxicado, Manuela tocaba mi frente y pasaba por mi nariz una mota húmeda de alcohol para que yo recuperara el conocimiento, me encontraron desmayada en el último pasillo del laberinto. El hilo, estaba anudado a mi dedo con un nudo que solo mi padre sabía hacer. El día de mi cumpleaños supe la clave de cómo salir de los laberintos sin olvidar la esencia que nos hace fuertes.

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