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Lecturas para la vida: el silencio no es vacío

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Foto(s): Cortesía
Alejandra López Martínez

Mónica Ortiz Sampablo

"Cuando todo se queda en silencio, arremeten los sonidos más ocultos, los más estridentes, aquellos que no quisieras volver a escuchar; por eso le tengo tanto miedo al silencio, porque el silencio no es vacío".

El teléfono sonó repetidas veces; dejé que insistiera; después de mucho tiempo y cansancio acumulado, había aprovechado la invitación que mis vecinos hicieron a mi pequeño hijo para ir al cine.

La casa estaba en total silencio, dormí a pierna suelta. Nico era el único que con sus risas y gritos daba alma a nuestra casa, el que con su voz formaba el binomio perfecto en nuestras charlas de sobremesa; pese a su primer lustro, la conversación siempre era grata con él y las tardes eran remanso dentro de mi ajetreada vida.

Esa tarde, mi mundo colapsó al levantar la bocina y responder la insistente llamada: mi hijo se había perdido. Me es imposible explicar la desesperación. Salí corriendo. El temblor de mis manos apenas me permitía marcar los números de la familia, de los amigos. La idea de perderlo era recurrente, hilos de hielo paralizaban mis sentidos. Ese miedo era latente desde que lo parí; cuando pese al sopor posterior al parto exigí al médico que me lo hiciera ver, para aprenderme de memoria su cara y así tener la certeza de que después de asearlo, ese niño que pusieron sobre mi pecho era el hijo de mis entrañas. En aquella sala de expulsión había dos niños con cabellera roja. El primero, por genética; el otro, debido a la sangre que aún no le limpiaban los doctores.

La tarde en que desapareció, muchas ideas tomaron por asalto mi cabeza; avanzaban como en una película escenas de mi niño, en el trayecto para encontrarme con mis vecinos. ¿Cómo y por qué? tan sólo 5 años de vida; imaginé el peor de los panoramas, un secuestro, tráfico de órganos, barbaridades que venían como flashes y se iban, dejando un vacío cada vez más doloroso.

La peor cosa que podía sucederme en la vida era ver morir a mi hijo; hoy sé que la incertidumbre que estoy viviendo es lo más terrible. Ha pasado un mes, estoy aquí sentada en la terminal de segunda de esta jodida ciudad, mis ojos agudizan la vista y puedo ver lo miserable que es este mundo. ¡Dónde está mi niño!

Levanto los ojos y justo frente a mí, un pequeño extiende los brazos, tiene el cabello rojizo y no por genética.

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