Juan Pablo Reyes Ortíz
Última de seis partes
-Mamá Biani. A mí me dicen terminal, y por lo mismo sé a qué voy a casa. No me convence la idea de morir por la promesa del cielo, nirvana, paraíso o lo que cualquier pastor me quiera prometer.
-Así estoy mi hija. Si pudiera tener a Maiken otro día más, jugando en la casa, renunciaría al cielo. No pido mucho, sólo otro día más.
Respirando profundo la niña prosiguió - Por eso voy a casa. Voy por otro día en el calor de mi casita, mis hermanos con sus gritos, el olor del campo, una tortilla caliente con frijoles y dormir una noche más con mamá. Ya no tengo fuerzas y estoy cansada, pero quiero dar color al tiempo que pueda respirar.
Bianii tomó a la niña en brazos, y aspirando las lágrimas por la nariz, retomó la tranquilidad.
-Hija, me cuesta trabajo entender lo fuertes que se vuelven ustedes en el hospital.
Salen del tratamiento y sólo piensan en jugar. Se quitan las pelucas cuando sudan en los columpios sin importarles la vergüenza que nosotros sentimos al creer que se exponen a ser discriminados. A veces pienso que ustedes lloran nuestros propios miedos, pero luego se les pasa el llanto y salen corriendo para seguir jugando.
-Así es mamá. Aunque el hospital no sea mi lugar favorito, también en él he encontrado a mis mejores amigos. En la necesidad siempre encontré alguien que me compartiera su dieta, un juguete o su tiempo; una palmada para cuando no parara el vómito, sus pastillas, una cama o alguien que me cuidara. Ahora regreso a casa para aprovechar esta última oportunidad, como la luciérnaga que se prende por un instante, para decirte a ti: gracias por tu vida, por tu entrega, por tus sueños perdidos. El sufrimiento es una opción, pero no mi decisión.
La niña se bajó de los brazos de Bianii y la tomó del rostro con sus manos marmóreas, frías, pero llenas de paz.
-Tenemos que seguir caminando. Maiken decía que nuestra luz es para disfrutarse. Te amo. Me voy… pero nos volveremos a ver.