Juan Pablo Reyes Ortíz
Quinta de seis partes
-Y tú, ¡cómo dices esas cosas! si eres tan pequeña. Hablas con la seguridad de un abuelo. Me asustas hija, pero sigue hablando. Es interesante lo que dices.
-Es sencillo. Una luciérnaga no muere al apagar su luz, aunque la oscuridad genera miedo y soledad. La experiencia ahí no acaba, más adelante vuelve a prenderse dentro del mismo bosque y coincide con otras luces: plin, plon, tik, tiki, en otro instante, dentro del mismo cosmos. Diferentes tiempos en el mismo instante.
-¡Calma, calma, calma preciosa! Tú tienes fiebre. ¿Te sientes bien?- dijo la señora, buscando frenar la agilidad de ideas de la niña.
-Mira mamá Bianii. Todo esto lo platicaba con Maiken cuando jugábamos. ¿Te cuento qué más me decía?
-¡Dime! En tus palabras siento como si mi bebé abrazara mi corazón.
-Maiken decía que todos tenemos los ojos abiertos, pero un parpadeo no es el final de la vista. Porque invariablemente volvemos a ver al abrir los ojos, y continuamos en una nueva experiencia. Es como si todos fuésemos luciérnagas volando por rutas independientes; vamos coincidiendo al prenderse nuestra luz, creciendo y avanzando en cada encuentro.
En estos meses en que he vivido acostada, he podido entender que el cambio es la ley natural. No hay negociaciones y todos seguimos avanzando. Sólo hay que sentirnos responsables de nuestra luz, la misma que se tiene que apagar. Como cuando vamos al cine, disfrutamos cada escena sin pensar que acabará la cinta, y de repente aparece: fin, the end, fine… ¡Es igual en todos los idiomas! Sin dudas, el mejor final es vivir con intensidad cada momento.
-Lo dices tan fácil hija, pero te falta crecer mucho para que entiendas lo que es la vida. Yo he pedido a Dios tantas cosas y ¡mírame en este momento! Sintiendo que él no me escucha. Ya entenderás poco más.
Continuará el próximo miércoles…
