Mónica Ortiz Sampablo
Querida Wislawa:
Durante muchos años encontré valor en las cosas sencillas, pensaba que todos hallaban prodigio en un arete sin par, el anillo de un llavero o un encendedor sin gas y cada pieza que lo conformaba; con el tiempo descubrí que las personas de mi alrededor, sobre todo las que no pertenecían a mi núcleo familiar funcionaban de una forma distinta. ¿A qué me refiero con eso? a la simpleza de recortar imágenes, letras de diferente tipología para pegarlas en una hoja, a forrar mis libretas escolares con esa creación, al entusiasmo de guardar la envoltura de un chocolate, regalo de un tío, pues en casa no era común comprarlos; a la nostalgia que me llegó esta tarde al leer un poema tuyo.
Me emocionó encontrarme con tu poesía, tan sencilla y profunda, capaz de volverme a los terrenos de mi adolescencia, cuando mi hermana me construyó un reloj de pedestal, emulando un reloj europeo, quizá uno de tu ciudad; ella leía y veía fotos en las enciclopedias y construía objetos con pedazos de mosaico, cajas de cerillos, papel aluminio de las cajetillas de cigarro que papá desechaba, clips viejos.
Claro, el reloj marca la misma hora todos los días; tiene esa maravillosa aparente estática, sus manecillas están a punto de colapsar, pero hasta hoy resisten. Y tú Wislawa, con tus poemas llegaste a mover esa parte de mi psique que me lleva a los lugares, a las personas, aquellas que confirmaron años más tarde que no es necesario tener grandes cosas; lo confirmaron sin darse cuenta, con simples guiños, enredados en la prisa y el abandono; me hicieron ver que la vida está en esos recortes de viejos catálogos, que la felicidad deambulaba en aquellos collages, que al igual que yo, resisten.
Wislawa, admiro tu agudeza, me gusta la ironía que acompaña tu discurso, no hay artificio, ni adornos, la verdad no necesita de esas cosas, me gusta cómo se dibuja la sonrisa en tus delgados labios. No fue sencillo encontrarte, pero hoy aprendí cómo pronunciar tu nombre.
