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LECTURAS PARA LA VIDA: Carta a Sabines

cartas-jaime
Foto(s): Cortesía
Redacción

Mónica Ortiz Sampablo 

 

Querido Jaime:

Con tus poemas le hiciste la tarea a incontables enamorados, no es que hayas robado todos los versos, todas las palabras que existen para acomodarlas de la mejor manera y con ellas decir sencillamente lo que en otras épocas eran adornos; es que apadrinaste al amor y al hacerlo te convertiste en un Prometeo de las palabras, acercaste a los simples mortales el encanto de este sentimiento, incluso a aquellos que tal vez nunca lo habían experimentado. Al leer tus poemas daban ganas de tener a quién dedicárselos, decirle al ser amado al oído: “no es que muera de amor, muero de ti”.

Durante mi adolescencia asistí a un bachillerato de arte y humanidades. Mi hermana mayor que por ese tiempo tenía a su primer y único novio escuchaba trova, canciones que susurraba cuando pensaba que nadie la veía; si mi madre la hubiera cachado no la contaba ni ella, ni el novio; además de la trova, guardaba celosamente libros que su novio le prestaba. La veía tan enamorada y apasionada, que yo quería sentir lo mismo. A escondidas tomé el libro de poemas que mi cuñado le había dado, no sé si regalado o prestado. Poco me duró el gusto, lo llevé a la escuela y me senté en las escaleras, justo ahí donde todo mundo tenía que pasar; con el libro, leía: Codiciada, prohibida, /cercana estás, a un paso, /hechicera. / Te ofreces con los ojos al que pasa, /al que te mira, madura, /derramante.

De pronto, la sombra de una silueta me cubrió y una mano rechoncha me arrebató el libro; era mi maestra de literatura, me preguntó de dónde lo había sacado, no sabía a qué se debía el interrogatorio, pero argumentó que ese libro era suyo. En ese momento no sabía si morir de miedo cuando mi hermana me descubriera, enfrentarla y decirle que el libro ya no estaba más, o si renunciar a mi escuela sólo por no volver a mirar a los ojos a mi maestra, ahí acusándome de un delito que no había cometido; si alguien robó, primero seguro fue mi cuñado o alguno de sus amigos, que también habían sido sus alumnos. 

El asunto no quedó ahí, guardó el libro en su bolso; llegada la hora de su clase, me armé de valor para recuperarlo; eso hice. Ahí me llevaste Sabines, como todos tus poemas llenos de atrevimiento y desfachatez, a ese rito de iniciación en el que mi destino se marcó. Lo demás es historia y con esta carta y a la vuelta de los años, sigo agradeciendo ese legado tuyo en mi vida.

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