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Las cartas de Kafka: realidad e irrealidad en los afectos

kafka
Foto(s): Cortesía
Redacción

Mónica Ortiz Sampablo

 

“Suyo, F. Kafka”, frase que habría de cerrar las cartas, en esta ocasión las escritas a Milena. En 1920 podemos apreciar a un Franz al que podía pasarle todo, menos dejar de enamorarse. Fue en un café y no precisamente en el de la conocida canción de los 60; se trataba de un café al que solían acudir los intelectuales de la época, en el que se conocieron y desde el primer momento, Franz quedó envuelto en el influjo del cupido, de ése que le enquistaba la flecha del desasosiego y la ansiedad muy cerca del lugar en el que podía habitar el amor.

Milena Jesenska también era escritora, periodista liberal checa, y oh sorpresa, casada con otro intelectual, Ernst Pollac, filósofo infiel. Cuando conoce a Kakfa, tenía 23 años y él 36; en esta historia, ella toma la delantera al pedirle mediante carta, su autorización para traducir algunos de sus textos. En muy poco tiempo, mediante cartas, ambos establecieron una relación de gran intensidad; hablaban de su acontecer, del dolor de la enfermedad, de la incertidumbre; en ese tiempo, Franz estaba comprometido con Julie Wohryzek, de quien expresaba que “el compromiso se mantenía con vida sin la mayor perspectiva de casamiento”; por su parte, ella le manifestaba el pesar de un matrimonio que era una desdicha; he de aclarar que esto se infiere en las misivas de Franz, que se conservaron gracias a que luego de su muerte, Milena las entregó a Willy Haas, justo antes de ser atrapada por la Gestapo y sus escritos destruidos, de manera que su voz resuena a través de la escritura de Kafka y gracias a que Haas las editó posteriormente.

“Muchas veces tengo la impresión de que estuviéramos en una habitación con dos puertas opuestas, y cada uno tuviera aferrada la manija de una puerta, y apenas uno mueve los párpados ya está el otro detrás de su puerta, y ahora basta que el primero diga una sola palabra para que el otro cierre su puerta detrás de sí y desaparezca […] Si por lo menos el primero no se pareciera tan exactamente al segundo, si se quedara quieto, si por lo menos aparentara no mirar al segundo, si se dedicara a poner lentamente en orden el cuarto, como si fuera un cuarto como todos los demás; pero en cambio, hace exactamente lo mismo que el otro junto a su puerta”. Más allá de todo, creo que esta relación epistolar fue sellada por la complicidad ante lo que el miedo ejercía en la vida de ambos.

Continuará el próximo miércoles…

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