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Con fecha y hora: conmemoran centenario de Gabriela Mistral en México

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Leonardo Pino

El próximo 24 de octubre, los gobiernos de Chile y México honrarán la memoria de la poeta Gabriela Mistral, al cumplirse el centenario de su primer viaje a México, en que colaboró con el secretario de Educación Pública, José Vasconcelos.

En los actos a celebrarse en Santiago de Chile, al presidente de la Nación lo representará su esposa, la doctora Beatriz Gutiérrez Müller, quien llevará al país trasandino documentos y escritos de la poetisa, generados durante su estadía en nuestro país.

Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, originaria de Vicuña, región de Coquimbo, Chile, mejor conocida como Gabriela Mistral –seudónimo adoptado en homenaje a dos poetas de su predilección: Gabriel D'Annunzio y Frédéric Mistral– es invitada a nuestro país en el año 1922 por el secretario de Educación, José Vasconcelos, a colaborar en las reformas educativas que entonces implementaba el gobierno de Álvaro Obregón.

Durante su primera estadía en México (1922-1924) Gabriela Mistral se integra a las Misiones Rurales,  impulsa las bibliotecas ambulantes, las escuelas nocturnas y la alfabetización dirigida a mujeres y hombres, especialmente indígenas y trabajadores, y traba amistad con personajes singulares de la cultura nacional, como Alfonso Reyes, Diego Rivera, Frida Kahlo, Guadalupe Amor y los expresidentes Álvaro Obregón, Lázaro Cárdenas y Miguel Alemán.

Gabriela Mistral y María Sabina

Acompañada por las maestras Palma Guillén y María Dolores Arriaga, la poetisa trabaja en distintos pueblos y ciudades del país; así, vive cortas temporadas en Veracruz, Jalisco, Morelos, Zacapoaxtla, Puebla y Pátzcuaro y Janitzio, en Michoacán.

En carta a su amigo Eduardo Barrios, le comenta que el secretario José Vasconcelos le encomendó la preparación de un libro de lectura para mujeres y también que “tendré la organización de las escuelas indígenas en el Estado de Oaxaca”. Aquí conoce muchos pueblos, especialmente Huautla de Jiménez, donde fundó una escuela al aire libre, que hoy lleva su nombre.

Una de sus acompañantes y amiga, la maestra María Dolores Arriaga, cuenta que Gabriela Mistral “se sintió inclinada a trabajar en la zona de Oaxaca, en que detectamos la mayor necesidad. En Huautla de Jiménez fuimos recibidas por María Sabina. (…) Entre los mazatecos, que era la tribu de la Sabina Madre, como la nombra la maestra Mistral, tuvimos experiencias maravillosas; nos dieron más de lo que nosotras les enseñamos”.

Las huertas de Oaxaca

En mayo de 1924, Gabriela Mistral se despide de México; a bordo del buque Patria, escribe: ”Gracias a México, por el regalo que me hizo de su niñez blanca; gracias a las aldeas indias donde viví segura y contenta, gracias al hospedaje, no mercenario, de las austeras casas coloniales, donde fui recibida como hija; gracias a la luz de la meseta, que me dio salud y dicha; a las huertas de Michoacán y de Oaxaca, por sus frutos cuya dulzura va todavía en mi garganta; gracias al paisaje, línea por línea, y al cielo, que como en un cuento oriental, pudiera llamarse siete suavidades”.

Cabe destacar el recuerdo del maestro Octavio Paz, también Premio Nobel de Literatura (1990), sobre la estadía de la poetisa chilena en México: “Recordaré solamente que, entre los escritores hispanoamericanos de la década del 20, invitados por José Vasconcelos, entonces Ministro de Educación de la joven Revolución Mexicana, Gabriela Mistral fue la figura más destacada”.

EX LIBRIS El maíz – Gabriela Mistral

I
El maíz del Anáhuac,
el maíz de olas fieles,
cuerpo de los mexitlis,
a mi cuerpo se viene.
En el viento me huye,
jugando a que lo encuentre,
y que me cubre y me baña
el Quetzalcóatl verde
de las colas trabadas
que lamen y que hieren.


Braceo en la oleada
como el que nade siempre;
a puñados recojo
las pechugas huyentes,
riendo risa india
que mofa y que consiente,
y voy ciega en marea
verde resplandeciente,
braceándole la vida,
braceándole la muerte.

II
El Anáhuac lo ensanchan
maizales que crecen.
La tierra, por divina,
parece que la vuelen.
En la luz sólo existen
eternidades verdes,
remada de esplendores
que bajan y que ascienden.

Las Sierras Madres pasan
su pasión vehemente.
El indio que los cruza
“como que no parece”.
Maizal hasta donde
lo postrero emblanquece,
y México se acaba
donde el maíz se muere.

III
Por bocado de Xóchitl,
madre de las mujeres,
porque el umbral en hijos
y en danza reverbere,
se matan los mexitlis
como Tlálocs que jueguen
y la piel del Anáhuac
de escamas resplandece.

Xóchitl va caminando
filos y filos verdes.
Su hombre halló tendido
en caña de la muerte.
La besa con el beso
que a la nada desciende
y le siembra la carne
en el Anáhuac leve,
en donde llama un cuerno
por el que todo vuelve...

IV
Mazorca del aire
y mazorcal terrestre,
el tendal de los muertos
y el Quetzatcóatl verde,
se están como uno solo
mitad frío y ardiente,
y la mano en la mano,
se velan y se tienen.

Están en turno y pausa
que el Anáhuac comprende,
hasta que el silbo largo
por los maíces suene
de que las cañas rotas
dancen y desperecen:
¡eternidad que va
y eternidad que viene!

V
Las mesas del maíz
quieren que yo me acuerde.
El corro está mirándome
fugaz y eternamente.
Los sentados son órganos,
las sentadas magueyes.
Delante de mi pecho
la mazorcada tienden.

De la voz y los modos
gracia tolteca llueve.
La casta come lento,
como el venado bebe.
Dorados son el hombre,
el bocado, el aceite,
y en sesgo de ave pasan
las jícaras alegres.
Otra vez me tuvieron
éstos que aquí me tienen,
y el corro, de lo eterno,
parece que espejee...

VI
El santo maíz sube
en un ímpetu verde,
y dormido se llena
de tórtolas ardientes.
El secreto maíz
en vaina fresca hierve
y hierve de unos crótalos
y de unos hidromieles.

El dios que lo consuma,
es dios que lo enceguece:
le da forma de ofrenda
por dársela ferviente;
en voladores hálitos
su entrega se disuelve.
Y México se acaba
donde la milpa muere.

VII
El pecho del maíz
su fervor lo retiene.
El ojo del maíz
tiene el abismo breve.
El habla del maíz
en valva y valva envuelve.

Ley vieja del maíz,
caída no perece,
y el hombre del maíz
se juega, no se pierde.
Ahora es en Anáhuac
y ya fue en el Oriente:
¡eternidades van
y eternidades vienen!

VIII
Molinos rompe-cielos
mis ojos no los quieren.
El maizal no aman
y su harina no muelen:
no come grano santo
la hiperbórea gente.
Cuando mecen sus hijos
de otra mecida mecen,
en vez de los niveles
de balanceadas frentes.

A costas del maíz
mejor que no naveguen:
maíz de nuestra boca
lo coma quien lo rece.
El cuerno mexicano
de maizal se vierte
y así tiemblan los pulsos
en trance de cogerle
y así canta la sangre
con el arcángel verde,
porque el mágico Anáhuac
se ama perdidamente...

IX
Hace años que el maíz
no me canta en las sienes
ni corre por mis ojos
su crinada serpiente.
Me faltan los maíces
y me sobran las mieses.

Y al sueño, en vez de Anáhuac,
le dejo que me suelte
su mazorca infinita
que me aplaca y me duerme.
Y grano rojo y negro
y dorado y en cierne,
el sueño sin Anáhuac
me cuenta hasta mi muerte.

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