Antía Alfonso
La transformación de la niña es un castigo a los ojos de sus padres, el reproche del universo ante una vida aparentemente perfecta. Todos en la casa se preguntan qué hicieron para merecer aquella deshonra invisible, pero nadie es capaz de hallar la respuesta exacta, ni siquiera hurgando en las sombras de sus respectivos pasados. La abuela intenta sacar al demonio que cree que vive dentro de ella con rezos, sumergiendo su cabeza en el agua fría de la pileta hasta casi ahogarla, eso sí, “con la mejor de las intenciones”. El doctor se limita a decir que los ojos amarillentos, el pelo brotando sin cesar y el deseo de sangre, no son más que arbitrariedades de la existencia ante las que no se puede hacer nada.
La escritura de Margaret Atwood (1939) siempre se ha caracterizado por su violencia latente. Aunque el interés actual por la autora se debe en gran parte a la repercusión mediática de la adaptación televisiva de “The Handmaid Tale”, el resto de su obra no hace más que confirmar la calidad de las letras que la hicieran célebre. “Lusus Naturae”, incluido en el libro “Nueve Cuentos Malvados”, narra la metamorfosis de una joven que se convierte paulatinamente en una especie de híbrido (un poco vampiresa, un poco mujer lobo) ante la impotencia de una familia que se preocupa más por la opinión pública que por el angustiante destino que parece depararle su nueva condición.
El plan consiste en fingir la muerte de la pequeña y mantenerla en la penumbra. Desde ahí observa cómo todos a los que una vez conoció, van desapareciendo o alejándose de aquellos muros que la aprisionan. Solo su madre permanece, aunque con el paso del tiempo logra convencerla de marcharse, decidida a liberarla de la carga que implica seguirla ocultando. A lo largo del relato, Atwood aborda sin piedad el deterioro físico y mental de sus personajes, así como sus encierros, la soledad que conlleva ser visto como un mero capricho de la naturaleza.
