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Estampas para mis nietos: Los “muertitos”

Foto(s): Cortesía
Giovanna Martínez

DENARIOS

Conchita Ramírez de Aguilar

—¿Cuándo regresa Bonfilia, mamá?

—Mañana hija, mañana— contesta mi madre con cierto enfado.

 En este día le he hecho la misma pregunta muchas veces, porque la extraño y su ausencia, para mí, ha sido muy larga.

Bonfilia llegó  a casa cuando tenía 8 años y yo 6, para ayudar a mamá con los mandados y algunos pequeños quehaceres, aunque en realidad casi siempre ha estado conmigo acompañándome en mis juegos y tareas. Es una indígena serrana de grandes trenzas negras, que descienden sobre su espalda como un arroyo. Tez morena y estatura modestísima. Su papá no quiso que mamá la mandara a la escuela, porque dijo que por ser mujer “no lo necesitaba”; sin embargo, la hemos apoyado para que aprenda a leer y escribir. Es muy inteligente y aprende muy rápido.

Por la tarde, al terminar sus quehaceres y yo mi tarea, nos sentamos sobre una gran viga de madera que reposa sobre el piso, a un lado de la puerta, en el patio de la casa. Y con una cara muy sonriente empieza a platicarme sobre su familia, su pueblo y sus costumbres. Me llama mucho la atención que siempre repite con mucho orgullo su nombre: Bonfilia Alavez García y  su lugar de nacimiento, Atepec, Ixtlán, en la Sierra Juárez.

—Mi pueblo es muy pequeño, todos nos conocemos y nos ayudamos siempre. Vine a la ciudad porque mis papás no pueden sostenernos a mis hermanos y a mí; tengo dos hermanos y una hermana, así que somos seis de familia. Mis papás saben que aquí tengo casa, comida y ropa, lo que les ayuda mucho. 

Bonfilia, ahora ya de 14 años, hace 15 días que se fue a su pueblo, a disfrutar con la familia la celebración de la fiesta de los Fieles Difuntos. Acá en la ciudad, las personas que tienen quienes les ayuden en casa con los quehaceres, están conscientes, desde que las reciben por primera vez, que deberán darles permiso para ir a sus pueblos a dicha celebración tan importante. Una semana antes, compró con los ahorros que hizo de su salario durante el año, ropa, tazones, platos, listones de muchos colores, dulces y muchas otras cosas para llevar a sus seres queridos.

El día de la partida, abrazada por su rebozo y cargada de regalos, se despidió para reunirse en la terminal de autobuses con sus paisanas y acompañarse en el viaje. Mamá le recomendó que se cuidara mucho y que llevara saludos a su familia; al despedirla le dio unos pesos para su gasto en el camino. Ella, feliz y agradecida, se alejó presurosa. Al mirarla tan contenta, imaginé la alegría de sus hermanos y papás al verla volver después de tanto tiempo. La imaginé paseando en ese lugar llamado Llano de las Flores, del cual siempre platica con mucha emoción, y donde dice, hay muchas flores con aromas exquisitos.

Ya pasaron los 15 días y yo la espero ansiosa. Llegará como siempre, con sus tenates llenos de pan, tortillas, duraznos, manzanas y unos jugosos membrillos que extenderá sobre la mesa, impregnando la cocina con el aroma delicioso de estos manjares. Y después, con una gran sonrisa nos dirá:

—Aquí están “los muertitos” que les mandan mis papás.

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