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En la ruta lectora: Lecturas y relecturas

Libros
Foto(s): Cortesía
Luis Ángel Márquez

Mónica Ortiz Sampablo

 

¿Y tú, cuántos libros has leído? Es una pregunta que sin duda nos han planteado en diversos momentos y espacios, interrogante que nos interpela, de la cual podemos salir orgullosos o sonrojados; en todos los casos la respuesta es contundente, pero relativa. Cierto, algunos pueden recurrir a lo que la memoria les devuelve; otros, decir un número para satisfacer una aproximación a la media; algunos más harán honor a la franqueza y dirán que no leen.

Las respuestas irán directamente a las estadísticas, dejarán en evidencia aquello que después escucharemos en discursos “México es un país que no lee…”, “En México se leen tantos libros por habitante al año…” y de acuerdo con esto asignaremos calificativos, adoptaremos posturas y realizaremos lo propio, o no. También, la lectura ha sido un tema del que se han ocupado diversas investigaciones, pero no enfocadas al asunto de cantidad, más bien a otros tantos aspectos que resultan de mayor relevancia en la formación de hábitos de lectura.

El impacto de la lectura trasciende de acuerdo con aquello que nos sea significativo, dependiendo del contenido, del momento y de quien o quienes sean agentes mediadores. En nuestra memoria quedan guardados personajes, lugares, momentos clave y hasta frases de los libros que leímos o nos leyeron; no obstante, muchas veces leímos un texto (cuento, novela, artículo) obedeciendo a una petición escolar y después lo olvidamos, lo colocamos en el librero o nos deshicimos de él.

En casa, mi padre leía todo texto que llegara a sus manos (en casa o en su taller de hojalatería); los domingos aprovechaba para dar lo que desde mi pequeñez me parecía un sermón y que con los años comprendí era su necesidad de compartir lo leído. Con su práctica y al paso del tiempo entendí que algo más importante que leer es releer, ya que en más de una ocasión lo vi leyendo hojas amarillentas, cuyas frases me resonaban como ecos del pasado; ahí estaba mi padre, regalándome el privilegio de la relectura. Entonces corrí hacia mi librero, tomé el libro más delgado “El principito”; lo abrí, las hojas despidieron el olor de los años, tenía algunas manchas ocres, leí la dedicatoria, que no recordaba haber leído tiempo atrás; ahí me detuve ante la maravilla de la relectura.

Ahora me atrevo a preguntar: ¿Usted, cuántos libros ha releído?

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