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El lector furtivo: La carta de Víctor Hugo

Foto(s): Cortesía
Aleyda Ríos

Última de dos partes / Rafael Alfonso

Maximiliano, hecho prisionero el 15 de mayo, tenía los días contados. El 13 de junio de 1867 dio inicio un consejo de guerra para juzgar sus crímenes como emperador, con muy pocas expectativas de triunfo para él.  En la memoria del consejo estaba la promulgación que hiciera  -por recomendación del general francés Aquiles Bazaine- del llamado Decreto negro, en el que autorizaba la ejecución sumaria de cualquier persona que perteneciera a un grupo armado.

El consejo de guerra nombró a los abogados Mariano Riva Palacio y Rafael Martínez de la Torre para la defensa de Maximiliano. Tan buena fue su labor que la votación final quedó empatada 3-3 y hubo que definirla con el voto del Fiscal Manuel Aspiroz. Como resultado de este procedimiento sumario, Maximiliano debería enfrentarse al pelotón de fusilamiento en junio.

La reina Victoria, Isabel Segunda de España y Leopoldo II, su suegro, hicieron los esfuerzos diplomáticos correspondientes para salvar la vida del condenado. Hasta Francisco José -Emperador de Austria y hermano de Maximiliano-, en un acto desesperado, restituyó los derechos que le había retirado antes de su viaje a México; sin embargo, sus principales aliados: Napoleón III y el Papa de Roma, le daban largas a Carlota y no dijeron “esta boca es mía”.

El artífice de la unificación de Italia, José Garibaldi y el novelista inglés Charles Dickens, enviaron a Juárez sendas misivas para abogar por la vida de Maximiliano. Lo mismo hizo Víctor Hugo en la carta que es motivo de esta nota. Siendo un convencido opositor a la pena de muerte, el autor de "El Jorobado de Notre Dame", abogó por Maximiliano en estos términos: "¡Que el violador de principios sea salvaguardado por un principio! ¡Que tenga esa felicidad y esa vergüenza! Que el violador del derecho sea cobijado por el derecho. Despojándolo de su falsa inviolabilidad, la inviolabilidad real, pondrá usted al desnudo la verdadera, la inviolabilidad humana".

Aunque pinturas, como la muy famosa de Manet, ubican a Maximiliano al centro como indudable protagonista de su ejecución, una fotografía nos indica que se encontraba en el lado derecho del paredón. Al respecto corren dos versiones: una, que Maximiliano fusilado junto a Miramón y Mejía quiso honrar la valentía de su general otorgándole el lugar de honor; y la segunda es que Mejía, católico devoto, manifestó no querer ocupar el sitio del “mal ladrón” en este calvario, y que Maximiliano no tuvo ningún problema en cambiar lugar con él.

El 19 de junio de 1867, en el Cerro de las Campanas, Maximiliano dice morir por una causa justa: La independencia de su nueva patria, y abre el pecho a las balas del pelotón de fusilamiento, instruido previamente para no apuntar al rostro. La carta de Víctor Hugo, en la que solicitaba que un depuesto emperador viviera “por gracia de la República” se dio a conocer en Francia, al día siguiente, cuando ya era demasiado tarde.

 

"La reina Victoria, Isabel Segunda de España y Leopoldo II, su suegro, hicieron los esfuerzos diplomáticos correspondientes para salvar la vida del condenado".

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