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El lector furtivo: El estatuto de la ficción

quijote
Foto(s): Cortesía
Redacción

Rafael Alfonso

 

”Hechos fingidos e inventados”, “simulación de la realidad”, “invención de una realidad distinta”, “mundos o hechos imaginarios”, así son los resultados que una búsqueda rápida de internet nos arroja cuando diversas fuentes se refieren a la ficción.

A raíz de mi afición por el teatro pude ser testigo en Oaxaca del paulatino, pero irrefrenable desplazamiento de los espectáculos basados en textos dramáticos en favor de otros de raíz y expresión performática, en los que sabemos que la estancia del actor en el escenario, sus relaciones con el público y la prevalencia del actor por sobre el personaje (que en un sentido estrictamente performático, no debería estar ahí) apuntan a la expulsión de la teatralidad del teatro. Este estado de cosas nos tomó mal parados a muchos, acostumbrados como estábamos a disfrutar del teatro representacional, dramático (ficcional) y que no entendíamos de qué iban lo que llamaremos las “nuevas teatralidades”.

Una explicación al fenómeno razona de la siguiente manera: el mundo se ha teatralizado; “todo lo que se supone debería ser real no es más que una representación (las noticias televisivas, la política, los personajes públicos); así que ahora hay que ir al teatro a ver la vida real”. Y en este marco, performances, biodramas y docudramas se volvieron recurrentes en escena, muchos de ellos de carácter fragmentario ─como la vida real─, sin las artificiosas y chocantes unidades del teatro aristotélico (de acción, de tiempo y de lugar) y, pretendidamente, sin la mímesis (imitación de la realidad).

Un poco en reacción a lo anterior concebí la idea de que no había cosa más artificiosa que la pretensión de llevar “la realidad” al arte y que la ficción no era sino la forma de organizar las ideas y la información para ser transmitida, y que de ninguna manera debía entenderse como lo contrario a la realidad.

Nunca encontré quién me hiciera segunda en esta afirmación ni dónde pudiera yo contrastarla o corroborarla ─en realidad no la había buscado, pues no estaba dentro de mis necesidades apremiantes─; sin embargo, hace algunos meses, buscando precisar este tema, encontré un video en YouTube que lo trataba con claridad inusitada. Se trataba de un video publicado y protagonizado por el profesor Jesús G. Maestro, quien, de forma precisa, contundente y, por momentos, con pasión exacerbada, explicaba el estatuto de la ficción en los términos siguientes: “la ficción es aquella materialidad que carece de existencia operatoria, tratándose de una materialidad a la que se le atribuyen contenidos psicológicos y fenomenológicos, y a la que, sin embargo, se convierte en sujeto de referentes lógicos. Es decir, es la materia cuya forma se agota en su propia materialidad”.

Toda ficción, desde esta posición es una realidad, puesto que exige necesariamente una materialización, pero esta materialización no puede “operar”. Don Quijote, ejemplificaba el Profesor Maestro, no puede salir de las páginas para tomarse un café, ni la imagen de un unicornio puede salir a galope fuera de su soporte, lo cual no implica que no existieran, sino que su existencia tiene un carácter distinto.

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