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Denarios: Llano Arena

pescadores-de-oaxaca
Foto(s): Cortesía
Alejandra López Martínez

Sebastiana Gómez

Lo que ahora cuento, sucedió allá por el año del 67. Lo escuché de tío Luis que era pescador. El vivía en Juchitán. Cuando se iba de pesca se reunía con otros pescadores, a las ocho de la noche, en un punto acordado, donde los esperaba una camioneta que los llevaba y los traía del mar. En la camioneta viajaban hombres de la Tercera Sección como el tío Luis, otros de la Quinta, de la Sexta y de la Séptima; así es como allá se conoce a los barrios.

A los hombres del Istmo se les ha catalogado como flojos, porque siempre los ven acostados en su hamaca, sin saber que, cuando hacen eso, es porque ya cocieron el camarón y limpiaron el pescado para que las mujeres vayan a vender. Esos son los pescadores que salen al mar por la noche.

Llano Arena es un pueblo de pocos habitantes, donde todas las personas se conocen entre sí. En aquel tiempo no había médicos, la gente se atendía con las parteras y curanderas o curanderos, porque también había varones que curaban. En varios pueblos del Istmo de Tehuantepec es fácil encontrar personas que quitan el mal de ojo y hacen limpias o amarres -que es cuando se quiere que dos personas se amen a la fuerza-. Por ese camino de Llano Arena, pasaban los pescadores que iban de Juchitán al mar. El carro que los llevaba no podía entrar hasta la playa, así que lo dejaban en el pueblo. De ahí en adelante seguían a pie.

Como la pesca se realiza durante toda la noche, los pescadores llegan a ese lugar a las ocho. El único que duerme es el chofer, para esperar a sus pasajeros a las cinco de la mañana y llevarlos de regreso. Camino al mar, los pescadores se separan de dos en dos a lo largo de la playa. Tienden sus redes en el agua y las revisan en el transcurso de la madrugada para recoger lo que cae, ya sean camarones o pescados.

Cuenta el tío Luis que una de esas noches que fueron a la pesca, les tocó luna llena. Toño y Carlos hicieron pareja. En el momento indicado tendieron sus redes en el agua. Para matar el tiempo, Toño decidió ir a recoger leña para hacer café y se metió al campo. Iba a jalar unas varas secas, cuando de pronto escuchó un ruido, buscó de dónde venía y se sorprendió al ver, en un claro del monte, a una mujer que apurada se quitaba la ropa y después se revolcaba en un espacio pequeño. Le sorprendió aún más, y le dio miedo, cuando la mujer dio una vuelta y cayó convertida en una marrana. En ese momento llegó junto a ella un marrano, al parecer un macho, porque enseguida se hicieron cariñitos y tuvieron su acercamiento.

Todavía asustado, Toño regresó a reunirse con su compañero y le contó lo que había pasado. Carlos dijo que él ya había visto por ahí unos círculos raros, como cuando alguien se revuelca en la arena. Se fueron a revisar las redes y recoger lo que había en ellas. Los dos se quedaron con el susto y con las ganas del café, ya que se fueron a la camioneta a esperar a los demás.

Cuando se juntaron todos, se dieron cuenta de que en Llano Arena, la gente no se asusta de lo que ve o de lo que sabe. Esa marrana, les dijeron, era la señora Leo, y el marrano era, seguramente, un curandero de otro pueblo.

Cada uno de los pescadores acomodó su canasto arriba de la camioneta. Ya con todos arriba, tomaron el camino de regreso. Así, a la luz de la luna, Toño conoció el otro lado de la condición humana. 

 

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