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DENARIOS: Las visitas de Damián

basura
Foto(s): Cortesía
Redacción

Filiberto Santiago Rodríguez / Primera de dos partes

El grito de Damián estremeció en el cielo a los espíritus más puros, ensordeciendo inclusive a quienes se encontraban en el infierno. Los ángeles escondieron su propio miedo en las plumas de sus alas. Los dioses corrieron una cortina de nubes para ignorar lo que ocurría en la tierra.  

En un cuarto remendado con pedazos de láminas y cartón, el joven siguió convulsionando como si quisiera romperse los huesos. El cuerpo era azotado contra el piso de tierra, arrastrando a su paso las baratijas robadas al basurero. Los dientes mordían con furia la lengua, como si ella fuera la causa de su mal.  

Damián parecía ser un hombre sin edad. Al hablar movía sus manos como si acariciara al viento; su cuerpo era frágil y delgado como si no quisiera robarle espacio a su cuarto estrecho. Si hubiera hecho amistad con el agua y el jabón, habría descubierto que no era moreno.

Jamás conoció a su padre y nunca pensó que le hiciera falta.

─Nací en el basurero en el año de mil novecientosnomeacuerdo─ decía con sorna cuando le preguntaban su edad.

Desde que pudo dar sus primeros pasos, acompañaba a su madre a pelearse por los desperdicios, con las ratas, gatos y perros.

─La vida es injusta─ pensaba. ─Hay personas que son muy ricas y no es porque hayan trabajado mucho. Creo que Dios no es justo porque unos nacen en casas ricas y otros nacemos aquí, en el basurero y por más que trabajamos, comemos desperdicios.

Día a día hurgaba en esas montañas donde los más afortunados vertían todo tipo de artículos que consideraban muertos y que ellos, como Víctor Frankenstein, los volvían a la vida en ese laboratorio hundido en la basura.  Hasta las cucarachas de las casas ricas eran arrojadas a ese mundo de desechos.

No recuerda si fue por falta de interés que no asistió a la escuela o porque simplemente creyó que no necesitaría saber leer. Ahora mira los pedazos de periódicos viejos con multitud de signos negros, pero él no entiende lo que parecen gritarle. Le gusta mirar las fotografías de hombres con traje y corbata y ni qué decir de las mujeres bien peinadas con joyas y bolsas, como las que alguna vez ha encontrado en aquel basurero.

Hace memoria y evoca que se le metieron los malos espíritus cuando tenía 15 años. Fue a las siete de la mañana de un 8 de agosto. Damián lo recuerda muy bien, porque ese día se celebraba el Día del Barrendero y, si bien es cierto que la gente del vertedero no formaba parte de ese gremio, algunas sobras eran para ellos.

En ese 8 de agosto, bajo un cielo aborregado lanzó su primer grito profundo como los que dispara el cielo cuando se acerca una tormenta. Su cuerpo se empezó a retorcer como si le quisieran exprimir la poca sangre que lo mantenía con vida. Su humanidad era lanzada de un lado a otro como si los demonios estuvieran enojados y descargaran su furia contra él. Aquella mañana, en torno de Damián, se formó un remolino humano para protegerlo, aunque nadie sabía de qué.

Continuará el sábado…

 

“Día a día hurgaba en esas montañas donde los más afortunados vertían todo tipo de artículos que consideraban muertos”.                                                                    

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