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DENARIOS: Boomerang

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Foto(s): Cortesía
Aleyda Ríos

Conchita Ramírez de Aguilar

Hace algunos años, Leonel abandonó su trabajo en una importante empresa de bienes raíces, hastiado de recibir órdenes y sujetarse a un horario. La buena suerte le sonrió, porque meses después murió su abuela, dejando una jugosa herencia para él y su hermana. Las relaciones que mantuvo, en su antiguo trabajo, con abogados tan faltos de escrúpulos como él, le permitieron solicitarles ayuda y despojar a su hermana de la parte de la herencia que le correspondía.

Leonel compró un departamento muy lujoso en un Fraccionamiento exclusivo ubicado en las afueras de la ciudad y también un auto último modelo; además, contrató a varias personas que atendían sin chistar todas sus órdenes. Comenzó a frecuentar los bares y restaurantes donde se reunía lo más selecto de la sociedad, conocía a muchos de ellos por su antiguo trabajo y esto le permitió ser aceptado sin problemas.

A sus 35 años, su porte elegante y distinguido, su conversación siempre amena e interesante y sobre todo su sonrisa que, a decir de las mujeres, era enigmática, le abrieron las puertas a sus numerosas conquistas. Él las prefería maduras y casadas. Solía invitarlas a su departamento después de cortejarlas y agasajarlas con costosos regalos. Ahí, discretamente filmaba los encuentros amorosos para, después de un tiempo, chantajearlas con entregar los videos a sus maridos. Ellas, temerosas de los escándalos, accedían a pagar la suma requerida. Esto le permitió durante mucho tiempo seguir con la vida holgada y de derroche a la que estaba acostumbrado.

Finalmente, en una de aquellas relaciones, fue él quien se vio obligado a pagar el chantaje, cuando una de sus amantes lo enfrentó y amenazó con mandarlo matar si no le entregaba los videos que había grabado. No conforme, le exigió una enorme cantidad de dinero para evitar que su marido, un prominente político, se enterara de la infidelidad. Obligado por las circunstancias, vendió su departamento y las cosas de valor que poseía para cumplir con el pago, pero sobre todo para conservar su vida y evitar que lo denunciaran.

A partir de ese momento, sin dinero y en la calle, refugiado en el consuelo del alcohol, se dedicó a visitar los bares de ínfima categoría, para solicitar le invitaran una copa o  consumir los residuos que los parroquianos dejaban, e incluso beber en su desesperación, el alcohol que, en ocasiones, compraba en las farmacias.

Ahora, se encuentra en un lugar que todavía no reconoce, con el cuerpo tundido por los golpes que recibía mientras escuchaba:

—Este es otro recuerdito de la Doña, para que no la olvides.     

 Leonel intenta abrir los ojos, pero un fuerte dolor y ardor en sus párpados lo impide. Aturdido y con la visión casi nula, intenta ponerse de pie, sus piernas no le responden y entonces, llama indignado a sus sirvientes, gritando:

—Bola de inútiles, ¿dónde están?, los quiero aquí,¡ ya!

Una voz, bastante cercana, le responde:

—Sí, patrón. Disculpe la tardanza, inmediatamente estaré  con usted. Es la celda 12, ¿verdad?

Y más allá se escucha a otro, vociferar:

—¡Ya cállate, wey! deja dormir.

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