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Un mal que ronda en casa

berrinche-niño
Foto(s): Cortesía
Giovanna Martínez

Alejandro José Ortiz Sampablo

En el seminario que imparto sobre “El inicio de la práctica clínica” estamos por concluir el módulo 2 que concierne al aparato anímico; dentro de este marco, el sábado pasado retomamos el abordaje de las entidades que conforman la personalidad psíquica. Cuando explicaba lo que Sigmund Freud forjó teóricamente como los caracteres principales del Yo, me vi en la necesidad de hacer un paréntesis para desarrollar un punto específico de un concepto fundamental en toda la estructura teórica psicoanalítica; me refiero a una fuerza incoercible que moviliza al aparato anímico, la pulsión.

La tercera fuerza de oposición

Uno de dichos caracteres es la tarea que esta entidad psíquica tiene, la de la autoconservación, misma que ejecuta hacia afuera, pero también hacia el mundo interior, el Ello. Esta última consideración me permitirá mencionar el tercer fenómeno social que aporta la fuerza de oposición a todo aquello que se emprende con la intención de resolver el problema de la delincuencia, que, como todo mundo sabe, es un mal que nace en casa. Son pocos los que saben explicar dicho origen.

Pero, ¿por qué esta entidad psíquica, el Yo, tiene que ejecutar dicha tarea hacia su interior? Freud menciona que esta acción consiste en que el Yo gane dominio sobre las exigencias pulsionales. Dicho de esta manera, para usted, amable lector, posiblemente sea incomprensible, pero un ejemplo cotidiano donde el empuje de esta fuerza incoercible, pulsional, se muestre a plenitud, es lo que conocemos como el berrinche, del cual hay en distintos matices y del cual pareciera nadie se escapa de ejecutar en algún momento de la vida. Por supuesto, los berrinches más llamativos son aquellos que llevan al niño o niña pequeña al paroxismo.

Berrinches y manos atadas

En el pequeño, esta expresión de la vida anímica puede tener diversas causas, desde el ímpetu por lograr aquello que se desea -solo por el simple hecho de quererlo-, porque anhela alcanzar un placer, o porque es la única manera en que el niño o la niña manifiesta la impotencia de alguna injusticia que se comete en su contra. Desafortunadamente, cuando llega a darse este último caso, no hay quien defienda al infante, pues está a merced de quien comete tales injusticias. Sin embargo, volviendo a los dos primeros casos del berrinche, curiosamente, son los padres quienes se encuentran a merced, no solo del hijo o hija en cuestión, sino también de la moral imperante, que sanciona cualquier acción que estos intenten por corregir esta manifestación, o mejor dicho, que lleve al infante a dominar esa fuerza que nace de su interior.

Si observamos con atención las acciones que algunos padres y madres realizan en las mencionadas circunstancias -mismas que considero innecesario ilustrar-, nos percataremos de que muchas de estas rayan en lo absurdo si tomamos en cuenta la dimensión de la fuerza pulsional, pues esta difícilmente será controlada con ellas. Es importante decir que si los padres no pueden ejecutar la acción adecuada para que su hijo domine ese mundo interior, es porque en ellos mismos acontecen procesos de pensamiento que inhabilitan tal posibilidad.

¿Quieres saber más? Pide informes a los teléfonos 951 244 7006/951 285 3921 y ¡Hazte escuchar por un psicoanalista del INEIP A.C.!

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