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Salida presurosa

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Petra

Las negociaciones con los hombres de Asia fueron un fracaso, desde su retardo a la cita hasta su enfado con aquellos, por las cláusulas ventajosas que pretendían imponerle. Patricio sale del alto edificio de vidrios polarizados, con esa sensación de ligereza y alegría que tenía desde la tarde anterior; respira hondo y sonríe para sí. De pronto, un recuerdo llega de muy lejos; su abuela lo deja en la puerta del orfelinato, los dos a punto de llorar se abrazan; ella le pone en la mano una pequeña piedra plana con un grabado borroso y le dice: “No importa dónde estés, esta es una reliquia que siempre aparecerá para darte felicidad, porque fortuna no te faltará; sé valiente, por favor”. La última vez que vio la extraña piedra ovalada, estaba en su mochila de sexto grado.

Con ese recuerdo, se dirige a la colonia donde vivió sus primeros años de infancia; de su casa no existe la menor evidencia. La heladería de la esquina, aunque modernizada, sigue ahí con el mismo nombre. Entra y pide un helado de pistache que siempre fue su favorito. Una fotografía vieja color sepia lo encandila; es el rostro de sus sueños y recuerdos: su abuela. El mismo sabor de su infancia y la imagen, le producen una letargo corto y dulce; la señora que le despachó, le pregunta si se siente bien. Él señala la foto y le pregunta: ¿Quién es?

—No lo sé. Mire usted, es una historia curiosa. Mi mamá lo colgó ahí, creo que desde que yo era niña. Cuando la heladería se remodeló, el retrato desapareció; pero hace algunos años, yo lo encontré en una caja con cosas viejas y recordé que mi mamá dijo que un día alguien vendría por él, que siempre debería estar a la vista para que el interesado lo pudiera ver.

—Es mi abuela— replica Patricio, con un leve temblor en la voz.

—¿Trae usted la piedra?— pregunta la mujer.

—¿La piedra?— balbucea atónito Patricio, metiendo la mano en su saco. Se la extiende a la mujer, quien la mira con curiosidad; enseguida se dirigió al retrato, lo descuelga, mira la parte posterior con más atención y se lo alarga.

—Sí, este retrato le pertenece— dice con seriedad. —Mi mamá dijo que el dueño traería una piedra ovalada.

Al llegar a su casa, desconcertado, se sienta en su escritorio a examinar el grabado de la piedra, una figura incomprensible formada por una serie de curvas aparentemente azarosas, y mira a detalle el retrato. Entonces, otro recuerdo cobra sentido en sus cavilaciones: “Tu mamá murió para que tú vivieras”, le había dicho una voz odiosa una tarde de catecismo.

Distraídamente, desprende el vidrio opaco que ya bailotea en el marco de madera del retrato y retira con cuidado la imagen. En el reverso encuentra escritas las siguientes palabras: “Toda curva cerrada simple de un plano lo divide en dos componentes que tienen la curva como frontera común. Una está acotada, es el interior de la curva; la otra no, es el exterior. Tú no mataste a tu madre, ella decidió que vivieras. Vive en el exterior de la curva para que seas feliz siempre”.

"Una fotografía vieja color sepia lo encandila; es el rostro de sus sueños y recuerdos: su abuela".

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