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Recuerdos del escritor, Ernest Hemingway

Foto(s): Cortesía
Redacción

Por Alberto Hernández

El maestro José Emilio Pacheco escribió en la columna Inventario del 26 de julio de 1999 (Hemingway, vivo o muerto): "A Hemingway se le recuerda lo mismo en la academia que en los medios masivos; es un escritor que pertenece al canon y un ícono de la cultura popular”. Confirman lo escrito por JEP, miles de tesis y ensayos sobre la obra de Hemingway, así como una interminable serie de trabajos de divulgación sobre la vida azarosa del escritor: amores, safaris, aventuras en el mar y su relación con periodistas y críticos literarios. Era sabido que a Hemingway no le gustaba hablar sobre literatura y mucho menos sobre su obra ya publicada.

A propósito, María Laura Del Piano recoge esta anécdota en su blog: "Hemingway en el pico de su fama, un año antes de ganar el Premio Nobel, respondía preguntas a un grupo de periodistas sobre El viejo y el mar. Un cronista intrigado por esa fábula en apariencia simple y de clave alegórica le preguntó al escritor qué representaban los personajes de su historia. Hemingway lo pensó un segundo y dio su respuesta: el pescador representa a un pescador; el chico, un chico; el barco, un barco, y el tiburón, un tiburón. De allí en más, todo corre por cuenta del lector”.

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Un día antes de su muerte, después de haber sobrevivido a tres intentos de suicidio, Hemingway visitó una clínica donde lo sometieron a una desgastante terapia de electrochoques. Fue el último intento de superar una depresión que lo afectaba desde hacía varios años.

Las especulaciones acerca de la última decisión del gran escritor, son varias e inconexas entre sí. Algunos estudiosos del universo Hemingway atribuyen el suicidio a la depresión que sufría al percatarse que su carrera de escritor había terminado. Otros han afirmado que la causa directa fue un profundo desorden de su personalidad, originado por traumas infantiles. Una tercera corriente de opinión, culpa al FBI y la constante persecución que desplegó contra Hemingway, aunque uno de sus principales biógrafos, H.E. Hotchner, sostiene que fue ilusoria.

Lo cierto es que aquella mañana del 2 de julio de 1961, casi de madrugada y con total sigilo para no despertar a su esposa, Ernest Miller Hemingway se calzó una bata, caminó hasta una sala donde guardaba las armas, tomó la escopeta favorita y apoyó los cañones sobre su frente.

“No quisiera uno saber lo que sigue, sino dejarlo allí, suspendido en esos segundos antes de que jale el gatillo. Cuando, con los cerrados ojos como lo imagina Francisco Hernández en uno de sus estupendos poemas, mira que se acerca un león”. (Rafael Vargas, Proceso, 29 / 6 / 2011).

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