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LECTURAS PARA LA VIDA: Cuentos del Doctor Lector

segunda-portada
Foto(s): Cortesía
Redacción

José Luis Ortega González

 

Un peluche viejo

Segunda de tres partes

 

A ratos contaba los cuadros del piso que tenía que avanzar, cual tablero de ajedrez, antes de llegar a mi meta, la ventanilla 3; me pareció más amigable llamarle ventanilla en vez de “caja 3”.

-Doctor, ¿cómo está?, lo vi hace rato, se ve muy pensativo. Nada más que no me aguanté las ganas de preguntarle por ese mono tan feo que trae en su estetoscopio; lo dije bien ¿verdad?, estetoscopio.

A veces, los comentarios son completamente inofensivos, estás entrenado para contestar con claridad, sencillez, de manera cortés, haciéndote entender lo mejor posible, pero a veces, como en esta ocasión, los comentarios son como un balde de agua helada en la cabeza.

La persona que me hizo la pregunta era la mamá de una paciente que conozco y trato desde hace años. La llamaré la señora X, el tipo de persona siempre franca y abierta en sus comentarios; lista a la risa espontánea; más bien escandalosa. 

-Señora, Lucía tiene un tumor en la cabeza, un tumor cerebral y necesitamos trasladarla lo antes posible a un hospital de alta especialidad, donde pueda ser operada. 

El rostro de la mamá desapareció entre sus manos, solo para emerger minutos después con los ojos hinchados, llenos de lágrimas. 

-Lo sospechaba, es una niña demasiado bella, demasiado noble, demasiado perfecta para este mundo.

 Le expliqué que no todo estaba perdido, la cirugía la harían especialistas muy calificados y no había que perder la esperanza de que todo resultaría bien. 

Lucía y yo habíamos creado un buen lazo, y platicábamos en la visita diaria y cuantas veces podía regresar con ella cada mañana. La acompañaba a sus estudios; cuando su dolor de cabeza se agudizaba, le gustaba que la tomara de la mano y le contara cuentos sobre mi rana en el toscopio. A veces no se aguantaba las ganas de decirme que una rana tan fea no podía tener tantas aventuras; yo le decía que muchos feos tenemos muy bonitas aventuras todos los días y ella esbozaba una sonrisa bella y sincera.

Cuando le explicamos a Lucía su situación, me preguntó si yo era quien iba a operarla. Le dije: 

-No, Lucía; te van a operar en otro hospital, más grande y bonito que éste, pero yo voy a estar aquí esperándote cuando regreses. Su rostro mostró decepción, cruzó los brazos con fastidio.

-Entonces tú tienes que acompañarme al otro hospital.

Continuará el próximo miércoles…

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