Vicente Estudillo Castillo
Los desaparecidos
Primera de once partes
Hace ya muchos años, cuando el poblado de Tapana, ubicado en el sureño estado de Oaxaca, aún estaba constituido por unas cuantas familias, que habitaban principalmente en las márgenes del río Novillero, rodeados de árboles de papause, guchume, amate, guacanastle, cuajinicuil, sauce, clavellina, anona y principalmente mangos y ciruelos, las mamás lavaban a la orilla del río, mientras los maridos se iban a la huerta o rancho cercano, a barbechar, recoger el rastrojo, o a leñar.
Los niños más pequeños se entretenían jugando en la arena, mientras los más grandes se metían a nadar en las profundidades de la poza La Peñita. Había otros que se ponían a pescar sardinas con anzuelo, a arponear con un visor y un arpón en los sitios más profundos o en las pequeñas cuevas a la orilla; no faltaba aquél que con una fisga cazaba peces grandes, mojarras, bagres, o una especie a la que le llamábamos "vieja", algo parecido al ajolote, pero de color oscuro y muy brillante.
Sucedió que dos pequeños hermanos jugaban alegremente a unos cuantos metros de su mamá, quien mientras lavaba, no dejaba de mirarlos de reojo, refregaba los pantalones contra una piedra plana, y luego los golpeaba contra la misma; esto se oía como un eco.
Los hermanos divisaron una vaca a cierta distancia que se les hizo conocida, porque su papá tenía una del mismo color; observaron que pastaba tranquilamente, por lo que decidieron caminar hacia ella y arrearla para su casa; la madre no se percató en ese momento de lo que hacían sus hijos, ya que estaba muy confiada en que no harían nada malo. A su lado tenía la jícara llena de pozol, la levantó para darle un sorbo, y no vio a sus niños; además, por la forma en que caía el sol, el resplandor en el agua le estorbaba la visibilidad.
Continuará el próximo miércoles…
