Juan Pablo Reyes Ortíz
Segunda de seis partes
No aguantó más y salió corriendo de regreso al cuarto de su hijo, el policía la intentó interrogar, pero ella ya estaba al pie de la cama, desplomada. El médico la tomó de los hombros y compartió las lágrimas. Después la condujo a la entrada y pidió que esperara, había más niños en condición de gravedad.
Extraviada en el tiempo, la gente la miraba sin encontrar qué más decirle. Avanzó lentamente en su sin sentido, una mano suave la tomó por el brazo. Ella volteó y se percató que era Noly, la mejor amiga de su hijo. Venía saliendo de la misma sala de urgencias, contrario a Maiken, ella acababa ser dada de alta después de una gran batalla. Con él había coincidido en su ingreso hospitalario cuatro meses atrás, por una complicación de sus defensas, propia de la enfermedad que ambos padecían y que se incrementa con las fuertes dosis de quimioterapia. La menor había pasado 67 días en terapia intensiva, intubada, alimentada y monitoreada por sondas y canalizaciones.
En su caso, los mismos esfuerzos compartidos junto al menor, le habían permitido salir caminando.
–Sé lo que ha pasado, Maiken acaba de partir– dijo Noly con voz de aceptación – Él era
como mi hermano.
–Si hija. Mi cariño acaba de morir, pero tú no pienses en ello.
–No se preocupe por mí. A mí también me duele perderlo. Nos ven como niños comunes, pero en el hospital nos acostumbramos a ver la vida y la muerte como parte de una experiencia.
Cuando llegué por primera vez, me quisieron explicar las cosas con formas dulces, al final resultaron ser engaños que no aliviaban el dolor de los piquetes, vómitos, noches sin sueño, cansancio y dolores de cabeza. Luego pasaron semanas de tratamiento y sin más explicaciones las cosas se fueron aclarando.
La realidad es que, durante estos años de tratamiento, muchos de mis amigos han muerto y otros gracias a Dios y al trabajo de todos, se han curado– comentó la niña. Continuará el próximo miércoles…
