“La arquitectura es un lugar, no un objeto”: Hagerman  | NVI Noticias Pasar al contenido principal
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“La arquitectura es un lugar, no un objeto”: Hagerman 

Foto(s): Cortesía
Agencia Reforma

Por Erika P. Bucio

CIUDAD DE MÉXICO.- En San Andrés Yahuitlalpan, en la Sierra Norte de Puebla, el arquitecto Oscar Hagerman (La Coruña, 1936) construyó su primera escuela y en esa comunidad náhuatl descubrió un mundo que no conocía y se enamoró de él.

"En esa comunidad me sentí muy a gusto y ya no quise regresar a trabajar a la ciudad. La gente quiere hacer casas pa' apantallar y en el campo no había nadie, nadie, ahora los jóvenes empiezan a ir a las comunidades, entonces me sentí muy útil", dice Hagerman, de 87 años, en entrevista.

En el municipio de Zautla, donde está San Andrés Yahuitlalpan, opera desde hace más de tres décadas el Centro de Estudios para el Desarrollo Rural (Cesder), cuyas instalaciones concibió, proyecto cofundado por Dora María Ruiz Galindo, su esposa desde hace 58 años y por quien entró en contacto con las comunidades indígenas y campesinas.

Le gusta volver a esos sitios y constatar que las obras siguen vivas, lo hacen sentir "apapachado".

"Es un garbanzo de a libra porque no es mexicano ni su papá ni su mamá son mexicanos, vino a México hasta los 16 años. Me saqué la lotería", dice Dora María Ruiz Galindo, psicóloga y experta en diseño educativo participativo.

De padre sueco y madre gallega, Hagerman llegó al País en 1952 y estudió arquitectura en la UNAM. Trabajó con Félix Candela y José Luis Benlliure. Una vocación que asomó en él desde niño cuando le preguntó a su abuela: "¿quién construye las casas?".

"El don de la creatividad nació con él", asegura Ruiz Galindo, quien creó el Centro Educativo Tanesque en 1979 a partir de su experiencia en la Sierra Norte de Puebla.

Hagerman ha construido casas, escuelas, centros de salud y templos además de diseñado mobiliario para comunidades indígenas y campesinas desde hace más de 50 años bajo una regla de oro: hay que escuchar más que llegar a decir cómo hacer. Así ha hecho escuelas con techos de palma para los mixes, de cuatro aguas para los tzeltales, de un agua para los huicholes y planos para los mayas.

"La arquitectura no es un arte sino también un servicio", define Hagerman, quien ha apostado por una arquitectura "serena, que hable en voz baja y se pierda en el paisaje".

Una lección que se ha encargado de repetir en su cátedra: La arquitectura es un lugar, no es un objeto.

"Cuando hacemos arquitectura estamos haciendo lugares, las iglesias románicas rurales eran lugares para que los pobres hablaran con Dios, las casas vernáculas son lugares para que los campesinos vivan con sus familias en el campo para reunirse alrededor del fuego para cobijarse del clima, los patios son espacios domesticados para vivir al aire libre, las escuelas que hizo Francis Kéré (Premio Pritzker 2022) en Burkina Faso son lugares para que estudien los niños pobres de África", ejemplificó en una de sus recientes conferencias.

Un lugar "hermoso y amable", un lugar no "son fachadas sino texturas, luces, colores, olores y formas". Un lugar para acariciar.

A los jóvenes arquitectos les pide no construir casas y edificios de lujo para "apantallar" porque siempre habrá quien los haga sino hacer una arquitectura para los más humildes. Esa arquitectura no da satisfacciones. Hagerman ha apostado, en cambio, por "una arquitectura con vocación de pobreza" y la satisfacción de saberse útil.

"Un arquitecto cobra como 100 mil pesos para hacer el proyecto (de una casa) ¿cuándo puede pagar eso una persona que no tiene dinero?", cuestiona.

"El 47 por ciento de las casas en México son indignas", expresa. Lamenta que la vivienda social haya sido abandonada por los arquitectos.

Una afirmación que luego repite ante un auditorio de arquitectos y diseñadores, sobre todo jóvenes, congregados en el Museo Nacional de Antropología para los Premios Noldi Schreck, donde Hagerman fue homenajeado por su trayectoria profesional.

Las sillas tampoco son objetos sino lugares para sentarse. De la típica silla de pueblo de palo nació su icónica silla Arrullo. Se pasó 30 años tratando de entender cómo hacer una silla cómoda. Aunque muchas veces, advierte, se premia a sillas incómodas nada más por cómo se ven en una fotografía. "Hoy en día ya sé cómo es", responde sonriente.

Sus diseños de mobiliario no están pensados para las élites, sino que parten de la sencillez. "Las cosas innecesarias no son las más bonitas, están puestas ahí para presumir, cuando son para apantallar algo anda mal", recalca.

Trabaja con los artesanos y regala sus diseños a las cooperativas para que su fabricación sea una fuente de sustento para las familias.

De su padre heredó la capacidad de adaptación, antes de llegar al País la familia vivió en España y en Cuba. Aunque esta tierra sea su lugar preferido. "En México me siento mejor que en ningún lado".

Formas cómodas para la vida diaria

Canto Artesanos se encarga de producir el mobiliario diseñado por Oscar Hagerman, en particular las sillas, como el icónico modelo Arrullo, desarrollado a partir de la silla de palo de los pueblos.

"La silla es la forma más humilde de la arquitectura", según el proyectista y diseñador naturalizado mexicano en 1988.

Este taller creado hace ocho años se especializa en el tejido de asientos y respaldos a cargo de los artesanos con tule sobre todo, pero también con cintas de algodón y de propileno.

"Canto se encarga de la producción y de seguir con el legado de Oscar, el sigue estando al pendiente de cualquier modificación a las sillas", comparte Diego Contreras, diseñador industrial en el taller.

Un proyecto acorde con el medio siglo que Hagerman ha trabajado con artesanos y cooperativas.

"Tratamos de darle seguimiento a todos los procesos que él siempre ha hecho de trabajar con comunidades, con carpinteros que tienen pequeños negocios, con artesanos. Nosotros solo fabricamos los diseños de Oscar Hagerman, afortunadamente ha funcionado", recalca la arquitecta Claudia Barriga.

Los diseños de Hagerman no tenían una salida comercial fuerte, así que cuando Barriga y Contreras le compartieron su deseo de emprender su propio camino y dejar el despacho, el arquitecto les propuso fabricar el mobiliario y vender. Hasta ahora ha sido un éxito.

"Siempre ha sido un gran maestro, siempre se ha preocupado mucho por todos sus colaboradores, para él siempre ha sido importante que tengamos un futuro y podamos hacer carrera", recalca la arquitecta.

El taller lleva por nombre Canto porque Hagerman entiende que la arquitectura "debe ser un canto a la vida, el canto de los que la habitan, porque lo más hermoso es que el proyecto salga de la gente".

Cualquier ajuste de alguno de los modelos son palomeados por Hagerman una vez que pasan una prueba infalible: el propio arquitecto se sienta en la silla para constatar su comodidad.

En los últimos años, el taller ha empezado a fabricar sillas de metal que mantienen la característica comodidad de sus diseños.

Las creaciones de Canto Artesanos (@_canto.mx) no solo son parte de proyectos arquitectónicos y comerciales sino también son exhibidos en ferias y galerías como la London Design Fair 2019.

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