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Hotel de paso, Bon

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Foto(s): Cortesía
Giovanna Martínez

Petra

Segunda de dos partes

Después del reporte de su desaparición, interpuesto por su familia, la policía andaba buscando al Bon. Vinieron a preguntar a casi todos los negocios, también aquí, y lo mismo en las cinco casas del barrio. Todo era un enredo, circulaban versiones disparatadas, como aquella de que lo habían secuestrado para pedir rescate, o que unos traficantes de órganos se lo habían llevado con engaños para sacarle los riñones; ¡háganme el favor!; si por el color de su piel era más que visto que sus riñones ya no le funcionaban; pero el que sí se pasó con su historia fue el señor Jorge Cinco.

Don Jorge contó a todo el que quiso oírlo y reírse de él, yo entre ellos, la siguiente historia:

El penúltimo domingo de octubre del año pasado, como a las 3 de la madrugada, cuando regresaba de uno de sus viajes de entrega de madera en la ciudad de Puebla, estacionó su camión sobre la calle de Victoria. Decía que caminó hacía el puesto de tlayudas de doña Minga -que es la única que vende de comer a los trasnochados hasta que amanece-, cuando vio una luz blanca muy intensa, tanto que tuvo que cerrar los ojos. Cuando los abrió, vio a Bon parado en medio de aquella intensidad y cómo, muy despacio, esa luz se lo empezó a tragar. Luego, vio cómo una puerta levadiza se empezaba a cerrar en la panza de una cosa muy grande y redonda, que era de donde salía la luz, y que se elevó, primero muy despacio y luego con un zumbido muy agudo, como de esmeril, con luces de muchos colores que bailaban en todo el perímetro de aquello, que él aseguró era una nave extraterrestre. A don Jorge le tengo paciencia y hasta lo estimo, porque su abuelo, al igual que mi bisabuelo, hace casi cien años también llegó de España a México, pero yo creo que eso de tanto manejar de noche, ya le afectó sus facultades. Debería jubilarse, pero dice que él se morirá al volante.

Como nadie tenía certeza sobre su destino, la pregunta común era: ¿Qué demonios pasó con Bon? y aquello se volvió un chiste. “No estaba muerto, estaba en un anexo”. Así como lo oyen, una amiga ex alcohólica, lo anexó en un lugar casi desconocido y no dijo nada para evitar que sus amigos lo fueran a sacar, como había ocurrido en otras ocasiones.

Justo el día de la Candelaria, todos lo vimos llegar, muy limpio y hasta reluciente. Su sonrisa era como siempre, entre irónica y triste. Se comió bien sabroso los tamales que repartieron los del restaurant de la esquina, y hasta brindó de broma con el atole de panela que también regalaron. Estuvo tres días sobrio, al cuarto, su mirada volvió a ser turbia. Eso fue hace tres meses, tres meses en los que un velo premonitorio, pálido, cenizo, se fue dibujando en su rostro. Hoy por la mañana murió, esta vez es verdad. Casi nadie comenta la noticia porque ya nadie la cree.

 "Bon: Tu espíritu atormentado por fin dejó de sufrir. Nunca supe tu verdadero nombre, ni tus razones. Tal vez fue tu soledad, que se parece a la mía. Te enciendo esta luz para que tu alma no se pierda, como te perdiste varias veces, aquí en el barrio".

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