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EL LECTOR FURTIVO; Roma: la gesta de dos gemelos con sed de poder (y de leche)

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Rafael Alfonso

 

La antigüedad, ya lo sabe usted, es aquel escenario donde los dioses se entretenían comerciando carnalmente con los humanos o convirtiéndolos en cosas menos humanas. Hoy hablaremos de cómo se gestó la más épica de las historias, la fundación de Roma. Una trama que involucra a un par de gemelos, un rey ladrón y una loba amamantadora.

Para entender este asunto romano, debemos retroceder en el tiempo hasta Troya, la ciudad reducida a escombros por los griegos. Entre los pocos sobrevivientes a la destrucción se encontraba Eneas, que sin ser troyano de nacimiento obtuvo la nacionalidad al casarse con Creusa, hija del Rey Priamo. Era, pues, cuñado de Paris y de Héctor. El día de la caída de Troya y siguiendo las órdenes de su madre Afrodita, la diosa del amor, Eneas cargó con su padre Anquises, y su hijo Ascanio y se hizo a la mar liderando a los sobrevivientes. Su esposa Creusa, por desgracia, murió calcinada en el incendio de la ciudad.

Tras siete años de navegar dando tumbos, cual Ulises, Eneas llegó a las costas del Lacio, una tierra fértil donde conoció y se enamoró de Lavinia, una bella joven prometida a Turno, un guerrero local. Como era de esperarse, se armó la de Troya con Eneas peleando por Lavinia con ayuda de Afrodita, diosa del amor; mientras que Turno contaba con la ayuda de Juno, la diosa del matrimonio. Resulta curioso  que las diosas del amor y del matrimonio no se llevaran tan bien como uno hubiera creído.

Varios siglos después, los descendientes de Eneas, Numitor y Amulio lucharon por el poder. El primero se hizo Rey de Alba Longa, pero fue derrocado por el segundo (su hermano), quien lo obligó a vivir en el exilio como un vulgar pastor. Para evitar que la descendencia de Numitor le arrebatara el trono, Amulio consagró a su sobrina Rea Silva, la única hija de Numitor, como virgen vestal de un templo, para evitar así que tuviera descendencia; sin embargo, el dios Marte (de la guerra) se enamoró de ella y la hizo madre de los gemelos Rómulo y Remo.

Enterado de esto, el cruel Amulio ordenó asesinar a sus sobrinos nietos, pero como en otros casos mitológicos, el encargado de ejecutar la orden no pudo degollar a los bebés y se conformó con meterlos en una cesta para echarlos al río (ya no se sabe qué es peor).  Si los gemelos sobrevivieron fue gracias a que una loba (lupa) llamada Lupercia los amamantó. Si colegimos que lupanar proviene de la palabra lupa, podemos imaginar de qué tipo de loba estamos hablando.

Al crecer, Rómulo y Remo descubrieron su noble origen y juraron vengar a su abuelo Numitor. Tras derrocar a Amulio y restaurar a su abuelo en el trono, los gemelos decidieron fundar su propia ciudad. Sin embargo, no hay historia clásica que no acepte un poco más de sangre.

Rómulo y Remo no se pusieron de acuerdo sobre la ubicación de la nueva ciudad. Tan no se pusieron de acuerdo que Rómulo terminó por matar a Remo y nombró Roma a la ciudad que ambos habían proyectado. Este hecho se produjo precisamente un día 21 de abril de 753 A.C. Así se dio por fundada la ciudad que se convertiría en la capital de un imperio colosal que dominaría gran parte del mundo conocido y cuyas instituciones siguen teniendo una importante presencia en el mundo contemporáneo.

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