Pasar al contenido principal
x

El árbol de las muñecas tristes

muñecas-tristes
Foto(s): Cortesía
Giovanna Martínez

Rafael Alfonso

"No te separes de tu muñeca por ninguna razón. Sólo así saldrás de este laberinto y seguirás siendo la niña de tu mamá".

"El árbol de las muñecas tristes" (Alonso Orejel Soria, 2011) nos invita a reflexionar sobre los alcances temáticos y estéticos de la producción de libros para jóvenes lectores. En la literatura infantil siempre han estado presentes elementos violentos y oscuros que, eventualmente, ayudan al niño a elaborar y a procesar la información menos agradable de su entorno; porque los niños, por supuesto, se dan cuenta del mundo en que viven. Con esto quiero decir que la sensibilidad infantil -un tanto ingenua a causa de la inexperiencia- no está peleada con los temas serios y complejos de la humanidad. Por otro lado, sabemos también que la vida adulta está lejos de este idílico mundo colorido que tradicionalmente se asocia con la literatura infantil y juvenil. En este caso en particular, el texto propone una heroína fuerte, valiente y decidida que debe enfrentar el momento de oscuridad que puede cambiar su vida.

El primer acto de esta fábula, comienza con esta enigmática promesa: “La mañana del 2 de febrero que Mariana se levantó de su cama, ignoraba que viviría el último día de su infancia”. Acto seguido, Mariana, recién salida de la cama a las 11:30, baja la escalera para tener una conversación con su madre. Ella le dice que debe ir a casa de su abuela a llevarle bollos de chocolate. Hasta aquí todo parece indicar que asistiremos a una versión más o menos moderna de Caperucita Roja, porque justamente, para llegar a casa de la abuela, es preciso atravesar un parque y la madre le advierte de los peligros de encontrarse con “los vagos”; sin embargo, conforme avanza la historia -y aunque efectivamente el parque se transforma en un bosque y la niña se encuentra con un lobo bastante maltrecho-, esta comienza a tomar el carácter de una inquietante alegoría de nuestros días. Poco a poco, la oscuridad envuelve el relato y nos deja entrever los vericuetos de un mundo tenebroso y violento: una niña fuma mientras se mece en un columpio, un pequeño hombrecillo roba muñecas, otra pequeña niña -que jamás sonríe- devora pájaros crudos, el mencionado lobo -que causaba lástima antes que miedo- mendiga bollos y una viejecilla siniestra engaña y roba.

Siguiendo el tenor de esta historia, las ilustraciones del libro corren a cargo del multipremiado Juan Gedovius. La reconocible calidad de su trazo, casi desprovista de color, ayuda a crear la atmósfera opresiva y oscura que requiere el relato, lo cual, a nivel gráfico, también nos lleva a reflexionar sobre las claves de la ilustración para libros infantiles. Como es habitual, hay un tratamiento cercano a la caricatura, pero ejecutado con sobriedad cromática, o mejor dicho, con seriedad o gravedad. Además de lo anterior, en el caso de este libro, solo se dibuja un par de sonrisas y estas tienen un carácter melancólico.

Finalmente, de una forma sorprendente, inesperada y triste, se cumple la amenaza con que da inicio la obra, porque todos sabemos que “es una lata ser adulto […]; los adultos están condenados a ser siempre esclavos de los horarios”; pero no solo eso, esta metamorfosis a la vida adulta en muchas ocasiones viene a la par de hechos de violencia física o simbólica. Este relato contiene claves inquietantes para lectores de todas las edades. La visión del árbol de las muñecas tristes que da título al libro es, por decir lo menos, perturbadora.

"El árbol de las muñecas tristes" fue editado en 2011 por su propio autor y tengo la fortuna de tener entre mis manos uno de los últimos ejemplares de aquel tiraje.

 

Noticias ¡Cerca de ti!

Conoce los servicios publicitarios que impulsarán tu marca a otro nivel.