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Dentro del juego

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Foto(s): Cortesía
Giovanna Martínez

Mónica Ortiz Sampablo

Si mi prima estaba de buenas, se portaba bien conmigo cuando sus hermanos se encerraban a jugar Nintendo; entonces sacaba sus vestidos más bonitos y jugábamos a la tienda de ropa, nos parábamos frente al gran espejo del cuarto de su mamá; ella se cambiaba hasta cinco veces de vestido, cuando era mi turno me daba un vestido demasiado pequeño, que nunca me cerraba y entonces decía: “estás muy gorda, ya me echaste a perder el cierre de mi vestido favorito”; en ese momento daba por terminado ese juego; otra de sus frases era “dame mi vestido porque lo vas a ajar” .

"Ajar”, ¿de dónde sacaba esas palabras?; no sé, pero yo entendía como si el vestido se fuera a romper con tan solo ponérmelo. Eso estaba pensando escondida, deseando que el tiempo pasara y mis tíos llegaran, cuando escuché unos pasos que se detuvieron frente a la puerta. Escuché la voz de mi prima que burlonamente dijo: “estás haciendo trampa”. Alguien más jaló mis pies, no pude poner resistencia, era mi primo el grande, quien me echó sobre sus hombros como si fuera yo una muñeca de trapo.

Afuera, el timbre sonaba repetidas veces, uno de ellos se asomó al ventanal y dijo: "ya vinieron a buscarla", pero nadie salió a abrir.

Era tarde, la oscuridad me había alcanzado, me sentía triste por haber desobedecido a mi madre; lo último que pensé fue que me estaría esperando junto con mis hermanos; tal vez enojada o triste, las lágrimas escurrían por mis mejillas secas, mis ojos no paraban de llorar, dicen que cuando uno muere el cabello sigue creciendo, yo digo que a mí me siguieron creciendo las lágrimas por toda la eternidad.

El ataúd de la tía fue mi refugio durante varios días, en los que las voces de afuera decían cosas que no lograba comprender, palabras que se colaban entre el sueño y ese timbre que sonaba intermitente. Al cabo de un tiempo, logré entender que deambular por la casa tenía sus ventajas, había un espejo grande en el que lo menos importante era buscar mis gestos, pues se convirtió en la puerta que cada noche se abría para que yo jugara con mis queridos primos.

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