Óscar Maciel Reséndiz
Con la frente húmeda de sudor, el ceño fruncido, los párpados y la mandíbula contraídos, el cuerpo tenso y rígido, despertó ante su madre al ser sacudido por ella; “mamá, mam-má” balbuceó y la abrazó.
Ella tomó una toalla empapada con agua fría y la colocó en la frente de Juanito, la humedeció, exprimió y la aplicó con la frecuencia necesaria hasta vencer a la fiebre.
Al siguiente día, Juanito fue llevado al médico.
─Estás resfriado, chamaco─ dijo el médico. La seguridad aparente se quebrantaba ante la duda:
─¿Será el virus este?
─Señora, cuide mejor de Juanito.
─Siempre lo hago doctor, ¿cómo puede dudar de eso?
Mientras tanto, Juanito, en sus pensamientos se decía:
─Si piensan que me quedaré en casa, están muy equivocados.
De regreso a su casa, al pasar por la tienda, se enteraron de la muerte de don Ernesto. Rezos, canticos y llantos complementaban la escena en el velorio.
La radio replicaba la noticia de la Organización Mundial de la Salud donde se autorizaba el uso de vacunas de manera emergente, con la expectativa de una vacunación masiva para evitar más muertes y abatir el contagio. Esperanzados en que una quinta ola no ocurriera.
Juanito escuchaba por doquier comentarios de la gente: “¿Quieren que me aplique esa sustancia que me convierta en un autómata?”, “Están aplicando un implante”, “No se dejen vacunar”. “Las vacunas no sirven, ¿cuántos se vacunaron y murieron?”.
─Escuchaba a Petra comentando en el lavadero comunal, con el cuerpo inclinado, azotando con afán y fuerza al lienzo en turno, arqueando la ceja, entrecerrando el ojo izquierdo, torciendo la boca y hablando firme. “A los chismes no les ganan".
Continuará el próximo lunes…
