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CONSULTORIO DEL ALMA: CUENTA CONMIGO; Psicoanálisis, política y ciudadanía

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Sindri Velasco Aguilar 

 

El padecimiento femenino y la sanción moral

 

Hace un año conocí a Ariel, chica alta, de tez morena, cabello chino y ojos color café que apenas el mes pasado cumplió 25 años de vida. Ella comenzó su vida laboral a los 20 y desde entonces ha estado en tres empresas. Hace algunos meses, en nuestra tarde de chicas, me contó lo vivido en su nuevo trabajo. Habían transcurrido sólo siete días y ya se sentía exhausta; su jefe se molestó demasiado por un error que cometió, que ella misma juzgó no era para tanto. Le dolió que le gritaran:

—Es como si te agitaran fuertemente, y te dejaran quieta. Me sentí aturdida, confundida, perdida, fuera de sí. No lloré, porque estaba en el trabajo. 

Por otro lado, le preocupaba también lo que hablarían de ella sus nuevos compañeros, la mayoría son hombres y se imaginaba las cosas que podrían decir: “No aguanta nada”; “Unos cuantos gritos y mira cómo chilla”; “No va a durar aquí”; “No debería estar entre nosotros, es débil y este trabajo es para personas fuertes”.

Cuando llueve sobre mojado

Por si fuera poco, en toda aquella semana se sintió súper incómoda con su cuerpo, además de haber enfermado de gripa; con todo eso, me dijo: 

—No quería saber cómo me iría en los siguientes días. Me aterraba solo pensarlo. 

Ella es consciente de que sus padres la consintieron. Recuerda cómo, en ese entonces, pensaba que eran muy duros con ella porque le exigían ir bien en la escuela, sin embargo, cuando su madre la ponía a realizar algún quehacer de la casa, su padre intercedía por ella, diciendo:

—Déjala que se dedique a su estudio. 

Hoy sabe que su ineficacia en el trabajo es consecuencia de no haber aprendido las cosas que su jefe le exige que realice bien, esas que no se enseñan en la universidad. En ocasiones se dice que pertenece a la llamada generación de cristal. Lo anterior, es algo que muchas mujeres vivimos de distinta manera, ya que somos el resultado de nuestra historia de vida y de nuestros monstruos internos.

Ariel también me contó que encontró algo de alivio a su situación en su terapia psicoanalítica, a la que asiste por recomendación mía. En ella se ha percatado de muchas cosas y, aunque en ocasiones quiere rendirse, ha comprendido que, a veces, hay que hacer recorridos que duelen.

Este escrito es también resultado de mi trabajo realizado en el Seminario de Formación de Psicoanalistas al cual me integré varios meses atrás, y de las reuniones de estudio de Psicoanálisis, Política y Ciudadanía, actividades que se realizan al interior del INEIP A.C., iniciativas con las que se pretende crear un movimiento psicoanalítico en Oaxaca, al cual a mí me gusta llamarle movimiento incómodo. ¿Por qué le llamo así? Porque he descubierto que es la incomodidad la que nos mantiene en constante movimiento, con nuestro ser y lo externo, y que ésta forma parte importante de la vida. Como le sucede a mi amiga Ariel con su lastimado ego, situación que seguramente muchos hemos pasado, donde la vida nos golpea por nuestra resistencia a vivir cosas desagradables o que no deseamos hacer.

En ocasiones, el discurso psicoanalítico nos agita y perturba, no al estilo del jefe de mi amiga, pero nos devela lo que sucede en nuestra vida interna (psíquica) y al final del día se vive con menos ansiedad y dolor.

Pide informes a los teléfonos 951 244 7006/951 285 3921 y ¡Hazte escuchar por un psicoanalista del INEIP A.C.!

[email protected]

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