Rafael Alfonso
La clínica, un espacio de profunda introspección y análisis del alma, contrasta con la simplicidad práctica de un pañuelo desechable, un objeto cotidiano de uso breve. Sin embargo, una mirada más profunda revela una relación inesperada y compleja entre ambos.
Aún recuerdo, como si fuera ayer, mis primeras experiencias con la clínica psicoanalítica. Aunque mis mentores no tocarían específicamente este tema, debí apercibirme, por mi propio análisis, de la necesidad de tener siempre a la mano un paquete de pañuelos desechables. Su versatilidad, desde mi punto de vista, les convierte en un elemento indispensable de cualquier consultorio, y en un momento, desarrollaré por qué.
Un lienzo para las lágrimas
En el consultorio psicoanalítico, los pañuelos desechables se convierten en testigos silenciosos de las emociones más íntimas del paciente. Las lágrimas, expresión natural de la tristeza, el dolor y la catarsis, encuentran en el pañuelo un lienzo temporal donde depositar la carga propia de sus emociones. Uno mismo, en algún momento de la terapia, debió recurrir a ellos, cuando el recuerdo o la queja se evocaba con la suficiente fuerza como para motivar el llanto.
El acto de secar las lágrimas con un pañuelo no sólo tiene un valor práctico, sino que también se le puede conferir un valor simbólico. Por supuesto que, de ninguna manera, se puede decir que la acción de limpiar un par de lágrimas es el equivalente a dejar atrás las emociones conflictivas, ni tampoco se deben tomar como un símbolo de la naturaleza transitoria del proceso analítico, porque en este no hay nada, anécdota o afecto, que se pueda descartar sin más —como hacemos con un pañuelo—. Uno de los objetivos del Psicoanálisis es que el paciente pueda integrar estas experiencias y emociones a la narrativa de su vida actual.
Riesgos de la clínica
En el marco del programa Infancia es Destino, el Instituto de Estudios e Investigación Psicoanalítica A.C. brinda atención a niños de edad escolar y a sus familias. Los trabajos se hacen dentro de la escuela, pero al carecer de instalaciones dedicadas para ello, solemos acomodarnos bajo los árboles para escuchar a nuestros jóvenes pacientes. En algunas ocasiones sucede que efectivamente, alguno de ellos tenga necesidad de enjugar algunas lágrimas y si uno no tiene a la mano los pañuelos se les echa de menos; pero también puede darse el caso de que, trabajando a la sombra de un árbol, como les comentaba, algún pajarillo, desde las alturas, deje caer su gracia encima del paciente o del terapeuta, como efectivamente me ocurrió el pasado jueves.
Es en momentos como ese que uno lamenta no cargar con los consabidos pañuelitos. Aún recuerdo la risa de mi joven paciente al verme afectado por la fauna local. A esto sumemos mi desconcierto y mis reproches por haber cambiado de mochila y dejado en casa aquella en la que guardaba el paquete de pañuelos. Por razones como esta, recomiendo contar siempre con ellos. Tan sencillos como son, estos pequeños auxiliares les brindarán un invaluable servicio si llega a presentarse la ocasión.
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