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CONSULTORIO DEL ALMA: CUENTA CONMIGO; El placer como origen del amor

mama-hijo
Foto(s): Cortesía
Redacción

Rafael Alfonso

 

Con esta nota iniciamos una serie donde desmenuzaremos el tema del amor, ya que estamos por entrar en el mes que Occidente y su mercadotecnia dedican a este asunto. El amor es quizá el tema más complejo y fascinante de la psicología humana. ¿Qué es el amor? ¿Cómo se origina? ¿Qué lo sostiene? ¿Qué lo destruye? Estas son algunas de las preguntas que han ocupado a filósofos, poetas, artistas y científicos a lo largo de la historia. Entre ellos, no podía faltar Sigmund Freud, el padre del Psicoanálisis, quien dedicó gran parte de su obra a explorar las dimensiones y los conflictos propios del amor.  

Para Freud, el amor es una forma de sublimación del instinto sexual, es decir, una forma de canalizar la energía sexual hacia otros fines, como la creatividad, la amistad o la solidaridad. Freud sostiene que el amor es un proceso complejo que involucra diferentes etapas y conflictos psicológicos. En este artículo, nos centraremos en uno de los aspectos más polémicos de la teoría freudiana: la relación entre el placer y el amor. 

El placer, en un primer momento, se define como la reducción de la tensión provocada por las pulsiones, que son las fuerzas que impulsan al organismo a satisfacer sus necesidades biológicas y psicológicas. Al placer se opone el displacer, que es el aumento de la tensión causado por la frustración o la amenaza de las pulsiones. Ambos son esenciales para la supervivencia, pues gracias al placer, el ser humano termina por reconocer dónde tiene mayores posibilidades de bienestar y por lo tanto de supervivencia. Por otro lado, a través del displacer, reconoce cuáles son los peligros potenciales a los que se enfrenta (por ejemplo, la comida descompuesta que emana olores fétidos o el frío y calor extremos que amenazan la salud). Tanto el uno como el otro, articulados en lo que Freud llamó Principio de placer/ displacer, son cruciales al momento de constituirse lo psíquico. 

En el Psicoanálisis distinguimos el placer que se logra, en el proceso que la pulsión realiza para alcanzar la satisfacción, como por ejemplo en las pulsiones de autoconservación —como el hambre, la sed o el sexo— de aquellas donde la satisfacción se alcanza en acciones no acorde al fin, en las que el placer se experimenta anticipando o imaginando, como en el sueño, la fantasía o el recuerdo, es decir, en acciones psíquicas más acordes al deseo. Ese placer fincado en el deseo suele ser más intenso y duradero que el placer de la satisfacción, ya que no depende del mundo exterior, sino de la actividad mental del sujeto.  

Para Freud, el amor se origina en la infancia más tierna, cuando el niño establece una relación afectiva con sus padres, especialmente con la madre, que le proporciona el cuidado y la protección necesarios para su supervivencia y es de naturaleza egoísta. El niño siente un intenso placer al estar cerca de la madre, al ser alimentado, acariciado y consolado por ella. Este placer se asocia con la imagen de la madre, que se convierte en el primer objeto de amor del niño. Eventualmente, deposita la energía (su libido) en ese objeto que en principio es la fuente de placer y la satisfacción de las necesidades primarias. A este objeto, el niño inviste de los atributos propios de objeto de amor. 

Sin embargo, el amor del niño por la madre no es un sentimiento puro y desinteresado, sino que está influenciado por la experiencia de placer y satisfacción a la que irá sumando, las fantasías y los deseos inconscientes. Lo anterior será una constante para las sucesivas elecciones de objeto que el niño, al crecer, reivindicará durante su vida adulta. 

¿Quieres saber más? Escúchanos este viernes a las 12:00 del día en La hora del deseo, por Radio UNIVAS. Pide informes a los teléfonos 951 244 7006/951 285 3921. 

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