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Atisbos de la vida de Virginia, a través de sus cartas

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Mónica Ortiz Sampablo

En las cartas se cuentan historias de todo tipo; cuando se está a la espera de una, el cuerpo late, destila ansiedad, las rodillas tiemblan; muchas veces llega la calma luego de leer, otras la euforia, algunas la desolación.

No todas las cartas que se escriben tienen un destino feliz, su naturaleza es diversa. Una mujer escribió a su marido una carta de despedida; lo amaba, amaba su unión, se habían mantenido juntos en una relación que iba más allá de algunos límites que convencionalmente se tienen establecidos por las parejas; por ejemplo, estar exclusivamente el uno con el otro, vivir enamorados exclusivamente el uno del otro, corrijo entonces; su relación no se sometía a los límites convencionales.

Ambos, inteligentes, amantes de la cultura, rodeados de mentes intelectuales, se conocieron; él, se enamoró de ella casi de inmediato; ella, quien había dicho a su hermana en repetidas ocasiones que jamás se casaría, lo hizo con él. “Me encuentro en un estado de desesperada incertidumbre, sin saber si me amas, si podrás llegar a amarme algún día o simplemente a apreciarme […] No es, solo porque eres tan bella —aunque por supuesto es una razón importante y así debe ser— que yo te amo: es tu inteligencia y tu carácter, nunca he conocido a nadie como tú en ese sentido. ¿Podrás creerlo?…”, escribía Leonard a Virginia, poco antes de que ella cumpliera 30 años; poco después, se casaron.

Para entonces, ella era ya reconocida como escritora, principalmente de ensayos y  con una novela en ciernes. Llevaba mucho tiempo deambulando en sus interiores, se sabía ya como una mujer especial, con gran talento, pero también acechada por altibajos emocionales que muchas veces la sacaban de los caminos de la cordura. A la edad de 59 años escribe a su esposo: “Estoy segura de que me vuelvo loca de nuevo. Creo que no puedo pasar por otra de esas espantosas temporadas. Esta vez no voy a recuperarme. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme […] Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más feliceshasta que esta terrible enfermedad apareció. No puedo luchar más”. Después, llenó con piedras los bolsillos de su abrigo y se dejó caer en el río Ouse.

Continuará el próximo miércoles...

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