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Consultorio del alma: Cuenta conmigo. Padres y el peso sobre los hijos

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Alejandro José Ortiz Sampablo

Entre los tipos de pacientes que llegan a consulta psicoanalítica están aquellos para los que habré de ocupar la expresión “los traen”. Sea por prescripción escolar, médica, legal o porque los padres los remiten, por iniciativa propia, con un profesional de la Psicología.

No deja de sorprendernos que aún en estos tiempos, en muchas ocasiones los padres acudan a nosotros con la intención de que “arreglemos” algo que “no marcha” en la hija o hijo y que es motivo de preocupación, disgustos e inclusive pleitos. Se quejan de que el chico no obedece, contesta de manera grosera, es sucio, distraído, va mal en la escuela, que no se relaciona con los demás, entre otras dificultades. Eventualmente mencionan que “han hecho de todo”, inclusive llegan con una larga lista de especialistas visitados y diagnósticos que pesan sobre el hijo.

Por lo general, ante cualquier actitud “negativa” del hijo dejan caer sobre él un duro juicio; incluso, hay padres que se llegan a comportar ajenos a la situación, como si el vástago fuese un aparato al cual, en determinado momento, le dejó de funcionar una parte de su mecanismo. Por otro lado, hay quienes admiten que en algo se han equivocado, pero ello se debe más a un sentimiento de culpa que a una toma de conciencia nacida de la sensatez, pues muchas veces pretenden dejar en manos del “especialista” o,  en el peor de los casos, en un fármaco, la solución.

Cuando recibo este tipo de pacientes, les comento a los padres más o menos lo siguiente:

Que los problemas que presentan los hijos en casi toda ocasión se abren camino a partir de los conflictos internos que los padres no se han atrevido a resolver, que son los que determinan lo que llamamos el carácter -en este caso el de los padres-, así como lo que el hijo en cuestión significa para ellos, lo que difícilmente confesarán abiertamente. Eso sí, como padres, muchas veces exigimos a los hijos que modifiquen su conducta, cuando nosotros -ni por asomo- pretendemos hacer la menor modificación de las nuestras, porque ni siquiera las ponemos en tela de juicio si las creemos las más adecuadas con los hijos.

Como padres nos presentamos ante los hijos como si nuestro actuar estuviera regido por la más alta escala de valores. Se les exige respeto, y ni siquiera nos percatamos que, ante la menor falla, se le grita, degrada y en ocasiones hasta se le golpea. Se le pide ponga atención, y no tomamos en cuenta que nunca se le ha escuchado, que incluso se les mira poco.

Un dato curioso

Hoy, en pleno siglo 21, en plena lucha contra la violencia hacia las mujeres, ante ciertas conductas de las hijas, algunas madres se dirigen a estas descalificando su sentir. Se refieren a ellas como: “exageradas”, “cursis”, o que “por todo se enojan”. No se percatan de que la palabra de la madre tiene un gran peso en la vida psíquica de las hijas e hijos. Así, cuando las niñas crecen, no requieren que otro las descalifique, pues ellas mismas lo hacen. Esta es una de tantas causas por lo que la mujer en la vida adulta permite el maltrato, pues dudan si han cometido el error de ser “exageradas”, por poner un ejemplo.

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