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Un empuje incoercible y los engaños del Yo

niña-enojada
Foto(s): Cortesía
Redacción

Última de tres partes/Alejandro José Ortiz Sampablo

En la primera nota de esta serie mencioné que la explicación a los males que aquejan a las nuevas generaciones la encontramos en los textos freudianos, lo que para algunos pudiese parecer exagerado, o que lo que escribo está determinado por el cariño que le tengo al creador del Psicoanálisis.

En las últimas noches del seminario de “La clínica de la feminidad” nos hemos tomado el tiempo de trabajar un fragmento del texto “Pulsiones y destinos de pulsión (1915)”, que alude a un principio al cual obedece la vida anímica y que Freud denominó principio de constancia:

“… El sistema nervioso es un aparato al que le está deparada la función de librarse de los estímulos que le llegan, de rebajarlos al nivel mínimo posible; dicho de otro modo: es un aparato que, de ser posible, querría conservarse exento de todo estímulo…”

Una tendencia generalizada

Este principio se explica en nuestra vida cotidiana como una tendencia fácil de observar. Personas del siglo pasado contrastan la actitud ante la vida de los jóvenes de hoy con la de los de su época. Es evidente que para los jóvenes de antaño pudiésemos aplicar la expresión popular de que eran “echados pa’ delante”. Sin embargo, tal comparación será injusta si no agregamos que esos jóvenes, “echados pa’ delante”, son los padres de hoy. Entonces, ¿qué sucedió?

Al parecer la respuesta es simple: al paso de los años, hombres y mujeres renunciamos a transmitir las cosas importantes de la vida. Recordemos que antes de esta etapa de olvido, por generaciones se mantuvo la de la enseñanza, donde se aplicaba la máxima “la letra con sangre entra”. Y al parecer, las generaciones posteriores no quisieron saber nada de ello, pues en el dolor nacido de aquellas formas de enseñanza, el Yo encontró la justificación ideal para deshacerse de las dificultades (los estímulos) que implican enseñar a otro ser que, al igual que él, desea mantenerse exento de estímulo. Por ello, es común encontrase con seres humanos que se quejan de aquello que implica la vida, es decir, de las dificultades propias de ser personas inmersas en la cultura. Podría decir, que vivimos la época donde estamos retornando a lo primitivo del psiquismo: intentar, por todos los medios, quedar exento de estímulos.

La interrogante

He conminado a los participantes del seminario que hagamos una revisión en cómo anda nuestra relación con la mencionada tendencia, y les he planteado esta interrogante, al igual que hoy se las hago extensiva a ustedes, queridos lectores. Si tomamos en cuenta el principio de constancia, ¿pueden imaginar el daño que le ocasionamos a los hijos al pretender mantenerlos lo más posible exentos de estímulo?, pues no se nos olvide que, al igual que los otros seres vivos, nos adaptamos al medio que habitamos, solo que en este caso hablamos de una tendencia psíquica y que revertirla en la vida adulta se convierte en un imposible. De ahí el aumento de estados depresivos, donde los jóvenes no ven una luz de salida, pues, por principio de cuentas, los mismos padres han reforzado en ellos, dicha tendencia.

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