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Lecturas para la vida: Cuatro pilares

niña-escribiendo
Foto(s): Cortesía
Alejandra López Martínez

Mónica Ortiz Sampablo

En el transcurso de ese año no fui a la escuela; mi madre había pedido algo llamado año sabático en su trabajo, para mirar hacia la vida de una forma diferente; incluirnos a Luciano y a mí parecía sencillo, la novedad de su sonrisa era mejor que verla esforzándose por no llorar cuando el recuerdo de mi padre le soplaba en la nuca.

Cuando volvimos de nuestra aventura marina logré convencerla de cambiar la decoración de mi cuarto, coloqué todos los peluches en una bolsa y los llevé a la bodega para regalarlos a los niños chiquitos del pueblo. Extrañaba a mis abuelos, la ciudad era distinta, muy distinta, el aire olía diferente, caminar sobre la tierra me llenaba de una energía que no se podía comparar con la dureza del pavimento. Las paredes y superficies impecables de la casa no daban lugar a la vida que surgía de los recovecos del adobe o de la madera en casa de mis abuelos; de pronto sentí que mis ojos no me dejaban ver porque estaban inundados.

Lo que menos quería era agobiar a mi madre, que pensara que no me gustaba estar con ella, o con Luciano; ellos buscaban vivir en familia y no sería yo quien arruinara los planes, pero la realidad era que una parte de mi corazón estaba con mis Tatas, como se dice en el pueblo a los abuelitos. Añoraba sus voces, sus historias, el olor de las especias que llenaba la casa; ritual previo a la hora de la comida, el café, la miel de panal, los brazos de Emiliana, la ternura de Ponciano; entonces, ahí en la bodega, abrazada a un pato de peluche, entendí que la tristeza es el lugar más frío que existe en la tierra de las emociones y lloré.

Después de un rato curioseé en esa bodeguita, encontré una libreta que de inmediato me agradó, mamá dijo que ahí había muchas cosas que podían servirme, pero solo le pedí una pluma. A partir de entonces encontré la manera de sentir más cerca a mis abuelos, no solo a Emiliana y Ponciano que es con quienes viví la mayor parte de mi infancia, también a Giuseppe y Manuela mis abuelos paternos, mis cuatro pilares. Desde ese día, el llanto se convirtió en palabras, que mediante la pluma y el papel dan fuerza a mi alma.

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