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En el laberinto

Foto(s): Cortesía
Redacción

LECTURAS PARA LA VIDA

Mónica Ortiz Sampablo

Tercera de cinco partes

Después de acomodar nuestros velices, como llamaban al equipaje mis abuelos, en nuestra habitación, salimos atraídos por el olor de las especies que inundaban la casa por todos sus rincones; era la hora de comer. Contrario a mis abuelos maternos, Manuela y Giuseppe tenían rituales específicos para la hora de tomar los alimentos: la mesa estaba aderezada con hermosas flores que mezclaban sus olores con los exquisitos platillos que degustamos esa tarde, la mantelería y las servilletas de tela obras de arte en punto de cruz hechas por mi abuelito; los cubiertos y las copas, herencia de generaciones ancestrales. Esa tarde solo comimos los cinco.

Más tarde, Manuela pidió que nos reuniéramos en la sala, antes que comenzara a llegar la familia, incluida mi madre y tres de sus amigos. En total esperábamos a unas treinta personas. Platicábamos sobre la comida que servirían y los preparativos, cuando los perros comenzaron a ladrar anunciando la llegada de personas ajenas a la casa; rápidamente salimos, era ella: mi madre, se veía hermosa, su cabello le había crecido, le llegaba poco arriba de la cintura, corrió hacia mí y el viento jugó con su negra cabellera, nos abrazamos con fuerza, dijo que me extrañaba mucho, yo también la extrañaba, pero hacía mucho tiempo que no estábamos juntas; desde que se había ido a hacer un doctorado a España, la veía cada vez menos. Acarició mi cabeza, dijo el predecible “Pero, qué grande estás”; saludó a todos con abrazos efusivos y después nos presentó a Sirena, Jasón y Prometeo, sus amigos, aunque con este último hizo un énfasis inusual. Mi madre era joven y bonita, además de inteligente, mis abuelos le alentaban a tener novio, aunque ella decía que todavía no era tiempo.

Todos teníamos asignado el personaje con el que nos presentaríamos en la fiesta, la emoción era evidente, pero ya era hora de descansar. Busqué a mamá esa noche y ella me buscó, salimos al jardín evitando entrar al laberinto antes de tiempo, estábamos felices, la luna nos acercó el rostro, mi mamá tenía la felicidad retratada en las pupilas. Entonces tomó mis manos y lo dijo: Prometeo es mi novio y me gustaría que seas la primera a quien se lo presente. En ese momento me sentí en el umbral del laberinto.

Continuará el siguiente miércoles.

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