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El ensueño del hombre en el amor

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Foto(s): Cortesía
Luis Ángel Márquez

Jesús Antonio Martínez Carrasco

 

La literatura ha inmortalizado las grandes acciones que los hombres han hecho por el objeto de amor. Basta mencionar algunos ejemplos:

Romeo, a pesar del antagonismo de su familia con la de su amada, decide casarse de forma prohibida y vivir con ella. Ya todos sabemos el desenlace de Romeo al pensar que Julieta estaba muerta.

El caso de Paris, príncipe troyano que se enamora apasionadamente de Helena, esposa de Menelao, rey de Micenas. Paris lleva su amor hasta las últimas consecuencias; rapta a Helena y encamina a su pueblo a una guerra contra los espartanos, la cual pierde.

Otra historia más cercana a nuestra cultura. El joven guerrero Popocatépetl se enamora de Iztaccíhuatl, princesa e hija del cacique tlaxcalteca. Con la intención de casarse con ella, regresa victorioso de la guerra; sin embargo, se entera que su amada ha muerto, resuelve llevarla a la montaña y cuidar su sueño eterno y perpetuar el amor de esa manera.

Hay un sinfín de ejemplos en las obras literarias, pero abordemos lo que nos convoca en este día bajo la lupa del Psicoanálisis. ¿Qué nos dice éste respecto del amor? Y sobre todo, ¿por qué el hombre ama como ama?

La siguiente historia basada en la vida cotidiana, recogida de la experiencia clínica, nos servirá para ilustrar el hombre en el amor.

El encuentro

Aarón vivía en una villa de San Luis Potosí, Real de Catorce, donde creció con su madre. Él era la adoración de ella. Cuando a Aarón le preguntaban cuál era el significado de su nombre, la respuesta ya la tenía tatuada en la mente: “mi madre me dice que es de origen hebreo y significa fuerte o exaltado”. La pronunciación de esa frase casi siempre iba cargada de altivez.

Aarón corría todos los días por las calles de la Villa; como era costumbre, se detenía después de 45 minutos a hidratarse con un jugo de naranja, que compraba de manera religiosa en un puesto que se hallaba a 10 minutos de la casa de su madre. Una mañana, no encontró a la persona que siempre vendía; en cambio, descubrió a la joven más bella que había visto en su vida. Él, inmediatamente pensó que aquella mujer había sido expulsada de Asgar, el mundo de los dioses, según la mitología nórdica. La palabra maravillado se quedaba corta para describir la reacción de Aarón. Él la miraba embobado, veía sus rizos que se movían al compás del viento que dejaba al descubierto lo bien que había sido tallado el rostro de esa cuasi divinidad.

Después de hallar esa belleza, hidratarse ya no importaba en los días subsecuentes, lo imperativo era verla y saber quién era. Aarón no se atrevió a hacerle pregunta alguna, temía que su voz se quebrara si trataba de salirse de la petición que hacía de costumbre. Le era suficiente contemplarla, admirarla y poetizarla. Bueno, eso fue la primera semana, mas no consintió no saber nada de ella por más tiempo. Decidió hacer honor a su nombre, armarse de valor y preguntar. Preguntó a la vecina, a su mejor amigo, a otros que también le compraban a ella y la información que obtuvo fue que recién había llegado a la Villa, vivía con un familiar y se llamaba Diana. Aarón en seguida quedó encantado por el nombre, lo llevó a pensar en la diosa romana, divinidad de la caza, protectora de la naturaleza y la luna.

La sobreestimación del objeto de amor

Luego de casi dos meses de admirarla, decidió profanarla emitiendo la siguiente sentencia “Diana, eres la joya más bella que ha habido en Real de Catorce”. No fue nada fácil aventurarse a tal acto, imaginaba palabras, diálogos y expresiones de cómo abordarla, mas la voz temblorosa, los nervios, la transpiración apenas le permitieron expresar ese ínfimo acto, pero cargado de sentir. Entre el rubor y la coquetería de ella, Aarón corrió a la casa materna, donde no le exigiera mayor demanda que la comodidad conocida o construida por él.

Ese día se entregó a sus pensamientos. Reflexionaba que finalmente había conocido a la mujer que había esperado, la perfección encarnada. Una mujer como ella, con nombre de diosa, merecía ser tratada como tal. Aarón se veía siendo el hombre elegido por ella, fantaseaba ser su protector ante alguna penuria, eliminar carencias que padeciera, ser el hombre que él se sabía que era: amoroso, apasionado y entregado a una única mujer.

Pareciera que el deseo de Aarón fue escuchado por sus dioses; días posteriores, Diana lo invitó a tomar algo por la tarde. En tal ocasión, se enteró que vivía con su hermano, había estado casada, tenía un bebé de meses y que buscaba trabajo. Él quedó mucho más fascinado de tenerla tan cerca que del acto de escucharla. Días después se hicieron novios, un año más tarde determinaron vivir juntos. Todo ese tiempo se había conducido tal como lo había construido en su mundo: rindiéndole culto a su objeto de amor.

Debilitamiento del amor hacia la amada

Tras medio año de compartir el mismo techo, las cosas se tornaron distintas para él; donde antes había consagración a las actividades de la casa que ella le pedía, ahora había fastidio, pasar tiempo con Diana era un inmenso goce, pero eso mutó a un malestar; jugar con el hijo de ella ya no estaba dentro de sus planes cotidianos, no había interés. Comenzó a pesarle que Diana no tuviera un trabajo formal y tener que llevar la mayor carga económica.

El sentimiento de molestia, hartazgo e infelicidad se mezclaban con la sensación tormentosa de culpa, remordimiento por la idea de dejarla, terminar la relación. Sin embargo, al mismo tiempo, Aarón se cuestionaba sobre lo que sentía: estaba entre la espada y la pared; ella se quedaría desprotegida, desamparada y él con el sentimiento de culpa. Decidió no decir nada, continuar con ella, pero mientras transcurrían las semanas, los actos desamorosos aparecían con mayor facilidad; chistes hirientes, dichos sarcásticos que la ofendían, indiferencia hacia sus sentimientos. Finalmente, Aarón se quebrantó, no pudo más y terminó la relación con quien antes había sido su diosa; ahora la mortalizaba con el decaimiento de su amor.

Cuando el hombre encuentra el objeto de amor, lo integra a su fantasía, que en el caso de nuestro personaje, es lo que cree de él mismo y los atributos que espera de su diosa, los cuales le deposita a Diana.

Los seres humanos tenemos un ideal del amor y no nos detenemos a pensar en la imposibilidad de este, pues amar implica soportar lo que una relación de pareja trae consigo, lo que muchas veces va a chocar con el amor narcisista. Situación que le sucede a nuestro protagonista y que da pie al tambaleo del amor.

¿Quieres saber más? Pide informes a los teléfonos 951 244 7006/951 285 3921 y ¡Hazte escuchar por un psicoanalista del INEIP A.C.!

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