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Denarios: Un parto en La Soledad

mama
Foto(s): Cortesía
Redacción

Voy a contarles la experiencia que viví en los inicios de mi práctica profesional como médico. Después de terminar el internado de pregrado fui asignado por la Secretaría de Salud de Oaxaca al municipio de Santa María Huatulco, perteneciente al distrito de San Pedro Pochutla en las costas de Oaxaca, para realizar el servicio social.

Corría el año de 1974. Cada tres meses tenía por obligación llevar la información de mis actividades a la Secretaría de Salud, así que, en uno de estos viajes me trasladé a Pochutla. Abordé por la noche el autobús. Por la mañana, al llegar a mi destino, acudí a las oficinas para entregar mis informes y recibir instrucciones de mi jefe inmediato. Al día siguiente compré mi boleto de regreso por la misma línea en la corrida de las nueve de la noche. Llegada la hora, subí al autobús con solo lo indispensable.

En ese tiempo, la carretera pavimentada solo llegaba hasta la población de Miahuatlán de Porfirio Diaz, el resto de la misma era de terracería. A partir de ahí, los autobuses iban más lento para evitar accidentes, ya que con frecuencia había deslaves de los cerros. Al llegar a la parte más alta del camino en un paraje llamado La Soledad, perteneciente a los Loxicha, el camión se detuvo a la orilla del camino. Serían más o menos las tres de la mañana, no sé precisar la hora, cuando el chofer preguntó si alguna señora del pasaje sabía atender partos, nadie respondió. Volvió a preguntar, y nos informó que una pasajera estaba por parir a su hijo; medio adormilado le comenté que yo era pasante de medicina.

—Pues bájese, doctor; la señora ya se va a aliviar— me apresuró el chofer.

Algunas pasajeras me proporcionaron una cobija, una sábana que coloqué en la cuneta y acosté a la señora, alumbrándome con la luz de los fanales. Hice una revisión mediante tacto vaginal sin guantes, ahí me percaté de que ya estaba saliendo la cabecita del bebé. Le pedí a la señora que pujara para que terminara de salir su hijo. Así vino al mundo una niña que lloró y respiró inmediatamente el aire fresco de la madrugada, con un llanto de triunfo, a pesar de las circunstancias.

Extraje una navaja de bolsillo y con un paliacate hice dos cintas. Alguien me proporcionó alcohol para desinfectar la navaja y las cintas. Corté y amarré el cordón umbilical, con la flama de un cerillo quemé la punta del cordón del extremo de la bebé, esperé a que la madre expulsara la placenta y con masajes en el vientre logré la contracción de la matriz, para así evitar un sangrado post parto.

Subieron a la señora al primer asiento y, en su regazo, a la nena cubierta con unas toallas. Así llegamos a la población de Pochutla. El chofer, amablemente nos llevó al hospital donde fue internado el binomio madre-hija para su atención complementaria, con el diagnóstico de “parto fortuito”. Por la emoción, o la angustia vivida, no le pregunté su nombre a la señora, ni a su esposo. Después de cumplir con mi deber, me trasladé a donde salían las camionetas pasajeras que me llevarían a Santa María Huatulco.

 

“Algunas pasajeras me proporcionaron una cobija, una sábana que coloqué en la cuneta y acosté a la señora, alumbrándome con la luz de los fanales”. 

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