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Cuentos del Doctor Lector

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Foto(s): Cortesía
Aleyda Ríos

Raúl Héctor Campa García / Quinta de seis partes

Ningún familiar a quien dar aviso de su deceso, ningún amigo. Solo la trabajadora social en turno se comunicaría con alguna funeraria, para que se encargara de su incineración, pagada por el mismo hospital, con que se tuviera un convenio.

A pesar de las especulaciones mercantilistas que han caracterizado esta pandemia, el proceso último de convertir en cenizas, lo que hacía poco tiempo era una solitaria vida, existía en el ser humano atisbos de humanidad, actos de misericordia.

Antes de morir, si es que falleció, ¿estaría socorrida por un sacerdote para darle los santos óleos, con la esperanza de una milagrosa recuperación? Para recordarle que: “Polvo eres y en polvo te convertirás”.

Quizás eso es lo que somos, una microscópica ceniza que se esparce por doquier.

La Chamagosa –pensó- descansaría en paz, más de la que aparentaba tener en su intrigante y solitaria existencia. No la paz del sepulcro, en donde los restos mortales se depositan, en donde los cuerpos inertes, rígidos, poco a poco se corrompen, pero sus almas deambulan, se perpetúan, en la memoria de alguien, si es que ese alguien existe, para recordarla.

Sus cenizas, que algún “piadoso” empleado de la funeraria que se encargaría de su cremación, probablemente las haya esparcido por la gran calzada, por la zona de hospitales; para ahorrarse la urna funeraria. Recipiente adornado, donde la mayoría de las gentes guardan las cenizas de sus muertos, cuando los incineran.

Las cenizas de su cremado cuerpo, con el viento y la lluvia que cae en la ciudad, recorrerán otros lugares, que en el transcurso de su vida tal vez nunca visitó. Cenizas que volarán por el planeta o navegarán en mares ignotos. Hasta el final de los tiempos.

Caminando por la Calzada, rumbo a la zona de hospitales de la Ciudad de México, escuchó la voz de una indigente “que se roía los codos de hambre”, le pidió limosna. Volteó, le dio unas monedas. No era la Chamagosa.

Se fue fumando un pensamiento:

–¡Dios, cuánta pobreza sigue en aumento!

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