Pasar al contenido principal
x

Cuatro dificultades para el tratamiento y la complicidad del Yo

mascaras
Foto(s): Cortesía
Redacción

Alejandro José Ortiz Sampablo

 

En la nota del lunes pasado les comenté un fenómeno que nos acontece a quienes deseamos aprender un oficio, arte o profesión: idealizar a nuestros mentores. Esto, en conjunto con el ansia de saber, eventualmente lleva a la entidad psíquica llamada Yo a colocar en estatuto de verdad aquello que sale de la boca de quien se ha adoptado como mentor; o dicho en lacaniano, en el lugar del “sujeto supuesto saber”.

Por otro lado, esta misma nota dará continuidad a la del sábado, donde me propuse dedicar un escrito a cada dificultad propia de quien se coloca del lado del terapeuta, mismas que su Yo, generalmente, se encarga de negar, lo cual constituye un riesgo para los pacientes. Como también les comenté, abordar este tema es abrir la caja de pandora, pues lo siguiente tocará puntos frágiles. Esto puede herir a quienes —honradamente— pretenden con títulos académicos alcanzar un saber para ejercer de mejor manera su clínica psicológica, ignorando que es en ellos mismos donde vive aquello que les impide ejecutar de forma adecuada su método. Algunos otros se ofenderán, pues pisará el ego de quienes se sirven del saber solamente para alcanzar un estatus.

Un tema que no se puede evitar en el campo de la Psicología.

Lo anterior se vuelve evidente en nuestro campo, ya que nuestros pacientes están constituidos de la misma arcilla de quien observa o aplica el método de indagación o terapéutico. A nuestro consultorio llegan quienes han sido víctimas de algún padecimiento psíquico. Gracias a la escucha psicoanalítica, pronto nos anoticiamos de que, para el paciente, en nada vale la llamada realidad objetiva, pues la que cobra relevancia en eso que lo aqueja es la realidad psíquica. Aquellos que han caído presa de neurosis —como se conocía de antaño a estos padecimientos— son quienes nos muestran, de manera ostentosa, los mecanismos de la vida interna de los seres humanos. Una diferencia que tenemos los que podríamos considerarnos “sanos” respecto del neurótico, es que nuestra realidad psíquica y la objetiva no han caído en conflicto.

El saber y su doble filo

Es en el punto anterior, donde la omnipotencia del terapeuta encuentra cobijo, pues la propia función del Yo, la de mantener la justa medida entre la fuerza que proviene de la realidad psíquica (vida interna) y la realidad objetiva (mundo exterior), la primera toma de esta última cuanto elemento sea posible para sostener su hegemonía, siendo el saber uno de los mejores dispositivos para dicho fin.

Llega el momento en que el terapeuta, ya sea psicólogo o psicoanalista, se encuentre en una encrucijada: debe poseer un saber teórico y clínico, pero este mismo saber puede llevarlo a negar su vida interna. Es de esperarse que el terapeuta haya dedicado —o dedique en el caso de los más jóvenes—, gran parte de su vida a conocer, a través de su propio proceso analítico, aquello de lo que adolece: omnipotencia del pensamiento, cosmovisión, moral y perversión.

Un ejemplo

Imagínese que un terapeuta el cual tiene una tendencia sádica recibe en su consultorio a una mujer que sufre violencia doméstica, o al violentador. Los destinos pueden ser diversos, pero ninguno libre de tendencia.

Continuará el próximo lunes…

Pide informes a los teléfonos 951 244 7006/951 285 3921 y ¡Hazte escuchar por un psicoanalista del INEIP A.C.!

[email protected]

Noticias ¡Cerca de ti!

Conoce los servicios publicitarios que impulsarán tu marca a otro nivel.