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Cuatro dificultades para el tratamiento y la complicidad del Yo

pisa-huevos
Foto(s): Cortesía
Redacción

Alejandro José Ortiz Sampablo / Primera de cinco partes

En un par de semanas más finalizaremos el seminario dedicado a “El inicio de la práctica clínica”. Dicho seminario está dividido en ocho módulos, siete dedicados a la teoría y uno a la clínica. En el último módulo que transcurre abordamos las dificultades que se presentan eventualmente para el practicante, llámese psicoterapeuta, psicólogo o psicoanalista, dificultades que le pertenecen a este, no al método que se practica o al paciente.

Una discusión que debe abrirse

Hablar de dichas dificultades es un debate que se debe realizar, aun cuando esto signifique abrir la caja de pandora. Algunos replicarán que hablar de las dificultades que se oponen a la cura por parte del terapeuta, es un asunto exclusivo de psicoanalistas, pues si alguien abordó estas, fue el propio Sigmund Freud —creador del Psicoanálisis—. Sin embargo, colocarse en el lugar donde se acogen los conflictos que aquejan el alma de las personas —vida anímica, afectiva o emocional— sin tomar en cuenta la influencia que la persona del terapeuta tiene en la dirección de la cura, independientemente del método que aplique, es un grave error, y quienes pagan el precio de este son los pacientes.

Cuando una persona aquejada de un malestar nos consulta, lejos está de imaginar lo que depositará en aquel a quien demanda ayuda (consulta psicológica). Los pacientes, por regla general, nos adjudican un saber o el poder de auxiliarles en la resolución de sus conflictos. Aun cuando esta disposición del futuro paciente —de la cual nos auxiliamos para que preste docilidad— es benéfica para el tratamiento, ésta, en ocasiones, no recibe reciprocidad por parte del terapeuta.

Un compromiso que muchas veces niega el Yo

Es de suponerse que cuando como psicólogos o psicoanalistas tomamos a una persona en tratamiento, adquirimos con ello el compromiso de poner todo cuanto está de nuestra parte para lograr la cura, pero en ocasiones, el terapeuta lejos está de imaginar que en él yacen las mayores dificultades para lograr tal fin, pues la entidad psíquica llamada Yo se encarga de fortificarse a tal punto de no permitir cuestionamiento alguno ni al método, ni a su persona.

En otras notas he mencionado que en la escucha de pacientes el terapeuta debe evitar aplicar su moral o su visión del mundo, es decir, sancionar al paciente con lo que es bueno y malo, o dirigirlo como él cree que deberían ser las cosas. Si el terapeuta se comporta de tal manera, lo que deja ver es su omnipotencia del pensamiento, pues se ha colocado en un lugar superior, donde “él sabe cómo deben ser las cosas”, dejando de lado la indagación del porqué del malestar del paciente. El problema, y grave, habrá que decirlo, es que el paciente no se percata de ello, por eso permite que el terapeuta lo reprenda y sancione, pues termina por vestir al psicólogo o psicoanalista con los ropajes de aquellas personas que han trascendido en su historia.

Hasta aquí he mencionado tres dificultades que son las más generales que se oponen a cualquier tratamiento psicológico por parte del terapeuta: su moral, su cosmovisión del mundo y la omnipotencia del pensamiento. Hay una cuarta, su perversión. Pero considero que a cada una habrá que dedicarle una nota especial.

Continuará el próximo lunes…

Pide informes a los teléfonos 951 244 7006/951 285 3921 y ¡Hazte escuchar por un psicoanalista del INEIP A.C.!

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