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Consultorio del Alma, cuenta conmigo: Los engaños del Yo

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Alejandro José Ortiz Sampablo

 

Sancionar a quienes no asisten a las reuniones escolares es cosa común en las escuelas públicas; es una práctica que recuerdo desde que era alumno de la escuela primaria donde asistí. Por otro lado, personas conocidas me comentan que por regla general es un tema frecuente en dichas reuniones. Los argumentos y comentarios al respecto, con algunas pequeñas variantes, suelen ser los mismos.

Justos por pecadores, la justificación

Algo más que llamó mi atención en aquella junta, fue que hubo padres que propusieron que la multa se perdonara, siempre y cuando el implicado llevara un justificante por parte de su empleador, exponiendo el motivo por el cual no pudo ausentarse aquel día del trabajo. ¿Por qué la palabra de un padre o madre de familia es motivo de sospecha? Algunos dirán que al menos uno de los dos padres podría asistir, pero bien sabemos que, en algunos casos, existen motivos familiares íntimos que -regularmente la madre- tendría que ventilar para justificar su inasistencia.

Como mencioné en la nota anterior, sin duda existen personas que aprovechan el menor hueco legal para trasgredir la ley o cometer una falta. Por lo tanto, en el caso de las reuniones de padres de familia, no faltará quien deje de asistir aprovechando el que no haya sanción, pero tampoco hay garantía que se alcance el quórum instaurándola, puesto que, quien no desee asistir por desidia, simplemente no acudirá a las reuniones sin importarle mayor cosa la sanción. Así que dudo que estas medidas resuelvan las inasistencias.

¿Por qué yo y tú no?

El hecho de que se pretenda sancionar al otro por una acción, la cual es el resultado de una decisión propia -en este caso, porque me interesa el bienestar de mi hijo-, está fincada en una disposición, que llamamos psíquica, ante el mundo exterior. Esta disposición, como se dice popularmente, los hijos la “maman” de los padres, y va a permear en la relación que ellos, a su vez, establezcan con el mundo. Por otro lado, egoísmo y envidia son dos afectos de los cuales, en algunos núcleos familiares, es fácil observar sus exteriorizaciones, eventualmente en la relación entre hermanos.

Al paso del tiempo, madres y padres nos hemos olvidado de una de las funciones primordiales que tenemos, pues de una época a la fecha, los seres humanos privilegiamos nuestra disposición psíquica al egoísmo y a la envidia, tendencia nacida de uno de los principios con los cuales se funda el acaecer psíquico; me refiero al principio de placer-displacer. Tanto en la historia de la humanidad, como desde la religión, son de todos conocidas las consecuencias del egoísmo y la envidia. Estar pendiente de los beneficios que el otro recibe, “y yo no”; del por qué el otro no es sancionado por algo que deja de hacer, “cuando yo sí cumplo”, son motivo de queja para el Yo, y en muchos casos de regocijo cuando logra el cometido de sancionar.

Los padres somos los encargados de que nuestros hijos no se dejen dominar por dichos impulsos primarios, pues estos, en su estado más álgido, no permiten que se cree el lazo social; pero si somos los padres los que nos abandonamos a ellos, ¿cree usted amable lector, que podamos transmitir dicha enseñanza?

¿Quieres saber más?  Escúchanos este viernes en punto de las doce del día por: https://www.facebook.com/RadioUnivas. Pide informes a los teléfonos 951 244 7006/951 285 3921 y ¡Hazte escuchar por un psicoanalista del INEIP A.C.!

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