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Consultorio del Alma Cuenta Conmigo: Invierno en París

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Foto(s): Cortesía
Alejandra López Martínez

Rafael Alfonso

Antes de que termine el invierno quisiera comentar con ustedes un hecho acaecido el pasado mes de enero. Un hombre murió en París una madrugada gélida, como supongo lo harán muchos otros antes de que llegue la primavera. Y es que el invierno parisino no tiene comparación con los inviernos que conocemos en México, menos aún en nuestro estado que presume de ser “tierra del sol”. Lo cierto es que París es una de esas ciudades en las que llega a nevar cuando la temperatura baja lo suficiente.

El hombre del que hago mención cayó, alrededor de la medianoche, en una concurrida calle parisina. Nadie sabe qué le ocurrió y por qué terminó en el suelo; lo que sí se sabe es que al momento de caer no estaba muerto.

Juicios e indiferencia

A su lado, por aquella acera habrían pasado cientos, quizá miles de personas que lo vieron ahí. De esos cientos nadie se preguntó “¿qué hace un anciano tirado en la banqueta?”. Quizá pensaron que habría bebido y dormía la mona o que se trataba de algún vagabundo o algo peor: un vagabundo-migrante enfermo y contagioso. El caso es que aquella noche, los parisinos decidieron guardar la sana distancia y pasaron de largo.

¿Habría cambiado algo saber que aquel hombre en camino de una muerte por hipotermia era un artista? Porque lo era. Su nombre, René Robert, autor de imágenes célebres que acompañan el universo flamenco, entre ellas retratos de Paco de Lucía, Tomatito y Camarón de la Isla. El fotógrafo tenía en su haber múltiples premios y reconocimientos; sin embargo, aquella madrugada, tirado en una calle parisina, su persona no tuvo la menor relevancia.

Reflexión

No se tratan estas líneas de tachar a los franceses de insensibles y poco solidarios, sino de reflexionar acerca de este fenómeno al que no somos ajenos. ¿Cuántas veces no hemos pasado nosotros mismos, sin detenernos, al lado de un hombre tirado en la calle?

Esta situación sería difícil de imaginar en una pequeña comunidad oaxaqueña, donde todo mundo es conocido, incluso las autoridades. En contraste, a cambio de las ventajas que ofrece el vivir en una ciudad -un mayor acceso al trabajo, a los servicios educativos o a la salud-, asumimos sin más el anonimato. Hemos de suponer que esta situación cobra dimensiones colosales en una metrópoli como París, donde no basta ser reconocido por tu gremio para dejar de ser anónimo.

Hay un punto aún más inquietante: frente a quienes no identificamos como “uno de los nuestros” solemos actuar con reserva, cuando no caemos en situaciones de franca violencia o crueldad. De esta última, la indiferencia es una de sus expresiones más comunes. Para ser indiferentes, basta con no reconocernos en ese otro.

Otra polaridad

De manera sorprendente, es bajo este mismo mecanismo que los seres humanos somos capaces de sacrificar nuestro bienestar para ayudar a un desconocido, a condición de que nos identifiquemos con él. Como en la parábola del buen samaritano, quien sí reconoció la humanidad del hombre que yacía en el suelo, y trató de ayudarle, fue una mujer en situación de calle, quien se dio a la tarea de avisar a las autoridades. Por desgracia, era demasiado tarde. El fotógrafo murió cerca de las tres de la madrugada, se presume que de frío.

Pide informes a los teléfonos 951 244 7006/951 285 3921 y ¡Hazte escuchar por un psicoanalista del INEIP A.C.!

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