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Consultorio del alma: cuenta conmigo, Infantilismo estacionario

Foto(s): Cortesía
Redacción

Por Alejandro José Ortiz Sampablo

En ciertas ocasiones me realizan preguntas que me colocan en situaciones complicadas, como fue el caso de la inquietud de una madre respecto de la trascendencia de un juego inocente entre ella y su pequeño. El constructo teórico que me ocupa contempla una vida interna, de la que obtenemos noticia por sus exteriorizaciones; una de ellas es la conducta. Por otro lado, circulan un sinnúmero de mitos sobre aquello que, como padres, debemos o no hacer, fincados más en ideas sesgadas por la moral, que extraídas de un conocimiento científico.

Un juego inocente

“A mi hijo le gusta darme de nalgadas, así jugamos en la casa, pero ahora le ha dado por darle de nalgadas a sus compañeros y lo peor, a las maestras. Ya van varias quejas que recibo por este motivo. Hemos hablado con él para decirle que no puede hacer eso en la escuela, que nomás en la casa y solo si estamos jugando, pero no entiende, seguimos recibiendo las quejas de la escuela”.

La respuesta

Este tipo de juegos es común entre madres e hijos, despiertan los más tiernos afectos y risas; en este caso, la madre no contempla lo que al pequeño lo motiva, mucho menos la intensidad afectiva y erótica que deposita en tales acciones. Mencionar esto puede ser aversivo, pues por muchos años se ha negado la sexualidad de los infantes, pues se les ha presupuesto que solo tienen inocencia en su ser, “que no tienen malicia y son puros”. Estos supuestos, en mucho, son razón de rechazo a las teorías psicoanalíticas.

La satisfacción que alcanza el niño en nalguear a la madre lo rebasa; podríamos pensar que los encargados de que el niño medie estos impulsos con el mundo exterior son los padres. Sin embargo, muchas veces son estos los que se encuentran imposibilitados a ejecutar eso que la propia vida demanda. Cuando los padres ejercen dicha autoridad, el niño lo vive con violencia; eventualmente, los padres que de niños se vieron agraviados por tales acciones de sus propios padres, son aquellos que en la vida adulta no pueden llevar a otro ser humano a que domine eso a lo que él en su momento se vio forzado a dominar. En este caso, la prohibición tendría que ser un “¡NO!” tajante; sin embargo, la madre mencionada le abre al hijo la posibilidad de la transgresión, cuando le dice: “solo en casa”.

Reflexión

Educar a los hijos plantea un gran número de arbitrariedades, al parecer inevitables, pues de otra manera los pequeños quedarían en el nivel primario de la evolución, donde el organismo solo responde a sus necesidades e impulsos. Así que cualquier prohibición será una afrenta para le entidad psíquica llamada Yo, lo que despierta los más intensos afectos aversivos. Son a estas respuestas afectivas de parte de los hijos a las que hoy muchos padres y madres se comportan cobardes, pues esperan ser, en todo momento, amados por los hijos.

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