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Consultorio del alma: cuenta conmigo.: Amar y desear o la muerte del Yo, un reto para el 2024

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Alejandro José Ortiz Sampablo

Hace unos días reflexionaba sobre aquello de lo que eventualmente se queja el neurótico de este siglo, del cual estamos por atravesar la barrera de los 24 años. Para quienes nos dedicamos a la investigación de la vida psíquica, cada determinado tiempo se nos impone elucidar lo que llamamos “el síntoma de nuestra época”.

Vida y trabajo

Así mismo, días atrás me realizaron una pregunta recurrente en estas fechas decembrinas, ¿si iba a trabajar?, lo que me llevó a recordar que hace varios años no me tomo vacaciones; pero, a decir verdad, vengo de una familia —me refiero a mis padres— que se tomaron muy en serio el dicho de que a esta vida se viene a trabajar. Tuve la fortuna de no vivir ese designio con pena; supongo, esto ayuda bastante para no padecer el trabajo mientras los demás vacacionan. Por otro lado, tengo un trabajo que jamás imaginé, pues como lo he mencionado en otras notas, a mis 18 años no tenía la más remota idea de lo que haría de mi vida, ni del Psicoanálisis.

En ese tenor de reflexión me encontraba, cuando el jueves por la noche pude agasajarme con la actuación de mi hermana Rosario, en el papel de diablo en “La pastorela oaxaqueña” del dramaturgo, Francisco Reyes. Ella es una actriz con un gran recorrido. Si no mal recuerdo, inició en la actuación cuando cursaba la licenciatura en Educación, y desde ese día su vida gira alrededor de dos mundos, la educación y el teatro, situación que le ha acarreado un sinfín de complicaciones. Cada vez que ella sube al escenario, se transforma; y cuando me habla de los proyectos en los que se encuentra y lo que implica estar en cada ensayo, lo hace con tanta alegría que pareciera que el agotamiento que tiene en el cuerpo desaparece.

Un mal que hemos transmitido

Recuerdo un viejo dicho popular: “La ociosidad es la madre de todos los vicios”; considero que bien podría sustituirse la palabra ociosidad por pereza. Si en contraste colocamos dos situaciones a las cuales el sujeto de este siglo rehúye, que son al amor y al deseo, dicha sustitución no resultará arbitraria. Amar y desear le exigen un alto costo a la entidad psíquica llamada Yo, precio que el Yo de esta época difícilmente está dispuesto a costear.

El sentido del amor y del deseo se ha extraviado en las últimas décadas. Algo que habremos de decir es que quien desea y ama también enferma, pues quien ama y desea sufre un desgaste en el cuerpo. Al parecer, es una ley de la vida, pero, por otro lado, también es un buen alimento para el alma, pues eso lleva al Yo a estar activo de manera cíclica. Sin embargo, vivimos en la época donde el deseo y el amor se han reducido al sentir; no le hemos transmitido a las nuevas generaciones lo que ello implica y al parecer, tampoco les hemos mostrado el mundo donde vale más la pena desgastar el cuerpo —incluso enfermar— por amor y deseo, que por ocio, pereza y desidia, pues estos últimos terminan por inmovilizar al Yo, y a la postre, por llevarlo a su muerte.

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